La pregunta del 1-O

Sangre, sudor y lágrimas

Se trata de perpetuar el costumbrismo del siglo XIX o de optar por la dramaturgia del XXI

'Senyeres' y 'estelades' en la histórica manifestación de la Diada del 2012.

'Senyeres' y 'estelades' en la histórica manifestación de la Diada del 2012. / periodico

RAMON FOLCH

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Sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor: esta fue la oferta de Winston Churchill en su discurso de aceptación como primer ministro, el 13 de mayo de 1940. "'I have nothing to offer but blood, toil, tears and sweat'" (No puedo ofreceros más que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor). La frase acabó popularizándose en una versión más corta y contundente: sangre, sudor y lágrimas. Tras la invasión de Polonia y de unos meses de guerra más o menos especulativa en Europa occidental (de 'bore war, Sitzkrieg' o 'drôle de guerre', se la calificó), el 10 de mayo había comenzado la invasión alemana de Francia, Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo, es decir la segunda guerra mundial propiamente dicha. Era la hora de la verdad.

Theodore Roosevelt ya había empleado una expresión similar el 2 de junio de 1897, antes de la guerra de Estados Unidos con España. Y aún antes, el 2 de junio de 1849, Giuseppe Garibaldi había hecho una arenga en términos comparables a los defensores de la reunificación e independencia de Italia. Todos se inspiraron en el poema 'The Age of Bronze', de Lord Byron, escrito en 1815, uno de cuyos versos dice: 'Blood, sweat and tear wrung millions, why?' (Sangre, sudor y lágrimas exprimidas a millones, ¿por qué?). En definitiva, una manera épica de anunciar una etapa en la que se precisan abnegados esfuerzos colectivos.

Mutaciones significativas

La situación que vive actualmente Catalunya no presenta, por fortuna, el dramatismo de todos esos episodios históricos. Pero todo el mundo sabe que puede haber cambios significativos en las próximas semanas. Pasarán cosas. Sin violencia física, espero, pero mutaciones significativas. En todo caso, no es probable que las podamos afrontar sin esfuerzo y sin ninguna lágrima. Me pregunto por qué no agarramos el toro por los cuernos y lo decimos claro de una vez.

Pleiteamos por un nuevo escenario. ¿Se acuerdan o han oído hablar de los primeros pasos del Teatre Lliure de Barcelona? Hubo un antes y un después. Hace 125 años justos se fundó, en Gràcia, La Lleialtat, una cooperativa obrera de consumo que acabó dotándose de una modesta sala de espectáculos. En los años 70 del siglo XX, aquel teatrillo no pasaba de destartalado espacio escénico obsoleto. Pero la imaginación, la ilusión y la capacidad de Fabià Puigserver y quienes le rodeaban lo transformaron en el teatro más avanzado y vigoroso del país. Al principio, pocos creían en él. Pero aquella gente tenía un proyecto. Y abnegación para llevarlo a cabo. Sabían que no sería fácil, pero estaban convencidos de que valía la pena. Por supuesto. Del triste mal teatro a la italiana, pasamos a maravillosas representaciones de texto reconfortante y escenografía deslumbrante en una sala reconfigurada de pies a cabeza a cada nuevo montaje.

Síndrome de Estocolmo político

El 1 de octubre se nos preguntará si nos conformamos con la alicaida comedia costumbrista de la vieja Lleialtat o si queremos vivir en la escena del siglo XXI. La pregunta irrita los partidarios del viejo orden, claro está, y parece que también incomoda a los que se la cogen con papel de fumar, tan preocupados por la normativa del 'ancien régime', que no saben ver la Luna a que apunta el dedo, víctimas de una especie de síndrome de Estocolmo político. La cuestión de verdad es: costumbrismo del XIX o dramaturgia del XXI. En un momento así, cualquier otra consideración resulta secundaria.

Pero con sentido de la realidad, como el de Churchill, y conciencia del riesgo. No será fácil. Hay que decirlo, porque la sociedad garantista a que nos hemos acostumbrado nos aleja de la verdad universal e intemporal de que nada se logra sin esfuerzo y sacrificio. Un esfuerzo y un sacrificio proporcionados al objetivo perseguido, desde luego, pero inevitables. Como cuando decidimos comprar una casa nueva (que, por cierto, viene a ser el caso). Hay una hipoteca que suscribir, una cierta dosis de esfuerzo y de sudor. Pero también, y sobre todo, la gratificante expectativa de un espacio de futuro para una mejor forma de vivir.

Aclarar incógnitas

Es lícito no querer el cambio. Es comprensible asustarse ante el riesgo. Es estimulante aceptar el envite, sobre todo conociendo el juego, es decir el proyecto. No acabamos de tenerlo. Tampoco conocemos la dosis de sufrimiento esperable. Convendría aclarar estas incógnitas. En todo caso, no son una coartada. Hay demasiado en juego. Después de todo, Churchill tampoco tenía seguridades y sí muchas incertidumbres. Pero, con determinación y claridad, ofreció dificultades y sufrimientos con la firme esperanza de un futuro mejor. Ganó.