La rueda

Saldar la cuenta del pasado

JOAQUIM COLL

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Este viernes se cumplirán 70 años del fusilamiento del presidenteLluís Companys,que, como miles de republicanos, fue víctima de un simulacro de juicio. El franquismo pervirtió hasta tal punto el lenguaje que hizo pasar por insurrectos a todos aquellos que, en realidad, defendieron la legalidad del poder constituido. Seguro que desde algunos foros se pedirá otra vez la nulidad de esta sentencia y se oirán afirmaciones en el sentido de que todavía no se ha hecho suficiente justicia con las víctimas del franquismo. La ley de memoria histórica (2007) declara el carácter radicalmente injusto de todas las condenas y sanciones y, lo que es más relevante, la ilegitimidad de esos mismos tribunales. No sé entender la razón por la cual algunos insisten tanto en el formalismo de declarar nulo a efectos jurídicos lo que las Cortes ya han dicho solemnemente que fue un acto ilegítimo. ¿Hace falta decir más?

A veces se afirma alegremente que en España no se han investigado los crímenes del franquismo. Es cierto que nunca ha habido ni habrá una causa penal abierta, porque es imposible a tenor de la ley de amnistía de 1977. Pero, en cambio, los historiadores han avanzado enormemente en el conocimiento preciso de todas esas injusticias y barbaridades. La bibliografía es inmensa. Ahora el protagonismo recae sobre la localización de las fosas comunes. La ley de memoria histórica debería haber sido más proactiva en esta cuestión. Los familiares de las víctimas enterradas en estas fosas se hubieran sentido más respaldados, y de paso nos hubiéramos ahorrado la lamentablevendetta que ha caído sobre el juezGarzón en la Audiencia Nacional al intentar abrir una causa al franquismo a raíz de este tema. Con todo, hay que celebrar que el Gobierno esté ya a punto de culminar la retirada de los últimos símbolos franquistas de los espacios públicos. Creo que la sociedad española continúa optando, como así lo hizo durante la transición, por un olvido activo de lo que fueron la guerra civil y la dictadura. Lo que no significa un olvido pasivo, amnésico o equívoco de la historia, sino el deseo de saldar la cuenta del pasado.