Las polémicas sobre la basílica

La sagrada 'mona de Pascua'

Los catalanes nunca nos hemos conjurado para promocionar a Gaudí, y menos aún su gran obra

En primer plano, paneles de la torre de la Verge Maria, en  la Sagrada Família.

En primer plano, paneles de la torre de la Verge Maria, en la Sagrada Família. / ALBERT BERTRAN

XAVIER BRU DE SALA

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Para bien o para mal, guste o no guste, la Sagrada Família se está convirtiendo en la imagen más representativa de Barcelona. No por deseo mayoritario de los barceloneses, que en la identificación del icono de la ciudad -promovida por EL PERIÓDICO- votaron en primer lugar por la fuente de Montjuïc con el perfil del MNAC al fondo, sino por decantación natural. La Sagrada Família es única, inconfundible, insólita, gigantesca y por si fuera poco, en ausencia total de contrafuertes, parece que se sostenga de milagro. Cuando, dentro de pocos años, esté acabada la aguja del cimborio, que alcanzará los 170 metros, el efecto visual se multiplicará de manera exponencial. Todavía no está acabada y basta con repasar las imágenes de las páginas de internet en varias lenguas para comprobar que el templo de Gaudí gana por goleada. El mundo nos ha colocado la Sagrada Família como gran icono de Barcelona, tanto si quieres como si no, y parece que poca cosa se puede hacer.

Los catalanes nunca nos hemos conjurado para promocionar a Gaudí, y menos todavía su obra más representativa. El fenómeno aún no se ha estudiado, pero para empezar deberíamos convenir que Gaudí no encaja, que nos desconcierta, que con su desmesura revienta las costuras de lo que consideramos arte o espíritu catalán. La falta de reconocimiento, en vida y hasta hoy, por no hablar de franca hostilidad entre un gran número de personalidades destacadas de la cultura, contrasta con los hechos. A la vista del éxito de su obra, Gaudí se eleva muy por encima de cualquier barrera. Su fama crece y crece, aún dispone de campo para correr, y no tardará mucho en obtener el status de genio universal, reservado a muy pocos. Desde esta perspectiva, las opiniones de los catalanes, favorables, reticentes o contrarias, son irrelevantes. Gaudí pasa demasiado alto para que le afecten.

VUELO INTELECTUAL A MEDIO PALMO DEL SUELO

Todos los campeones de la modernidad que medio siglo atrás le negaban el pan y la sal, postulaban de la Sagrada Família que era una mona de Pascua y clamaban para que no se añadiera una piedra más, han reconocido en público que estaban ciegos, y esa retractación les honra. Los epígonos que ahora retoman la comparación burlona, de vuelo intelectual e imaginativo a medio palmo del suelo, deberían deambular por la nave central, ni que fuera de incógnito, disfrazados, y mirar hacia lo alto. Por mucho que les escasee la sensibilidad, quedarán obnubilados para siempre jamás más ante el tejido esbelto de las columnas y la magia de la luz. Y empezarán a comprender, si disponen de suficiente juicio, por qué Salvador Dalí afirmaba que Catalunya ha proporcionado al mundo tres genios hiperbólicos, Ramon Llull, Antoni Gaudí y, faltaría más, el mismísimo Dalí.

Tres genios hiperbólicos, los tres despreciados por la mediocridad general de un país donde predomina el criterio de la gentecilla, formada por la multitud que considera que todo el mundo es tan insignificante como ellos, que tanto media de aquí hasta allá como de allá hasta aquí. Anoten que Verdaguer fue el primero en reconocer el valor poético de Llull. Que Maragall fue el primero en reconocer la obra magna de Gaudí. Y que Dalí aún esperaría si le hiciera falta, si no fuera el artista del siglo XX que bate el récord de colas más largas en sus exposiciones, no la bendición, sino una miserable gota de absolución.

ESPECIALISTAS EN GENERAR POLÉMICAS VACUAS

Pues bien, ahora resulta que los especialistas municipales en generar polémicas vacuas se atreven a embestir una vez más contra la Sagrada Família. Resucitan el tema, enterrado desde hace años, de la ausencia de licencia de obras. Parece que insinúan que no puede haber tantos visitantes, que estorban. Y encima ponen en entredicho la escalinata monumental de acceso. Es evidente que estas lanzas son de caña, ni siquiera de madera, de manera que hacen el ridículo.

La famosa licencia no hace falta porque el templo dispone, como saben muy bien, del correspondiente permiso expedido en 1885 por el entonces municipio independiente de Sant Martí de Provençals. ¿A qué viene pedir el permiso de obras de Barcelona pasado más de un siglo cuando falta poco para acabar la basílica? Ganas de liarla. Total, pueden recaudar 50.000 euros, y ni que fueran 500.000. No se dan cuenta de hasta qué punto Barcelona es tan desmesurada en relación al país y su población como lo es su edificio más singular respecto a la ciudad.

De este modo, entre la 'mona de Pascua', que ha perdido la aureola despectiva, las estatuas del Born y el monumento a Colón, nadie se interroga sobre el modelo de ciudad ni se elaboran estrategias para hacerla más convivencial, más competitiva, más justa y para proyectarla con éxito hacia los próximos decenios.