La estrategia independentista
Sacudir desde abajo
Los ciudadanos se implicaron en política en un grado muy elevado y ahora no están dispuestos a cederlo a cualquier precio
Sonia Andolz
Profesora asociada de la Universitat de Barcelona.
Sonia Andolz
Algo parece haber sacudido la política catalana estos últimos días. El mantra que se ha ido repitiendo los últimos años de que este era un proceso de abajo arriba – lo que los politólogos llamamos 'bottom-up'-, aupado y empujado por la ciudadanía y al que algunos líderes políticos no habían tenido otra opción que sumarse, se ha visto materializado en unas manifestaciones, concentraciones y movilizaciones que llaman a la clase política independentista a la acción. Estas acciones ciudadanas, en su mayoría organizadas como conmemoración del aniversario de fechas claves como el 20 de septiembre y el 1 de octubre, han puesto de manifiesto que la ciudadanía sigue muy movilizada, que reclama acciones políticas que desencallen la situación (no todos en el mismo sentido) y que no está dispuesta a volver a casa y sentarse a esperar a que los políticos decidan actuar. Los ciudadanos se implicaron en política en un grado muy elevado y ahora no están dispuestos a cederlo a cualquier precio. Lo que queda por ver es hacia dónde creen esos políticos y parte de esa ciudadanía que debe dirigirse la acción.
El 'president' Torra y miembros de su Govern siguen insistiendo en que hay un plan y un calendario pero también siguen sin explicarlo. Si bien la estrategia política acostumbra a tener una parte de secreta, en un contexto de confrontación, conflicto abierto con el Estado y con una sociedad hastiada, los líderes independentistas harían bien en comunicar algún dato. “Queremos que sigáis apretando”, han dicho. ¿A quién? ¿A los propios líderes catalanes, para que materialicen sus promesas de implementar una república? ¿Al Estado, para que el posible diálogo o negociación sea sin líneas rojas? No está claro. Ello nos lleva a analizar las contradicciones del llamado procés. La independencia puede hacerse de dos grandes formas: con la aprobación del Estado o sin ella. Por lo que parece hasta día de hoy, el Estado no está por la labor de organizar un referéndum de autodeterminación con un censo únicamente catalán y que sea vinculante. La otra opción, la unilateral, se ha visto que no es posible sin el uso de la fuerza o sin estar dispuestos a asumir consecuencias profundas y graves.
Con el porcentaje de población que defiende claramente la independencia unilateral, esta opción no es posible puesto que una parte de la sociedad no puede asumir ese peso sin dañar a la otra y con ello llevar a una confrontación sin retorno. Por lo tanto, hay que plantear seriamente cuáles son esos escenarios, los posibles costes y preguntar si la sociedad catalana en una mayoría amplia está dispuesta a asumirlos. Seguir animando a que una vía unilateral sin graves daños es posible solo alimenta sueños y produce frustraciones que se plasman colectivamente en los lemas y movilizaciones de unos y mantiene viva la percepción de amenaza y el dolor de otros. Si el Gobierno de Sánchez ofrece diálogo y negociación, habrá que decidir si se está dispuesto a ello o si, por el contrario, se quiere ir hacia la confrontación máxima. Eso sí, si hay un plan, debemos saberlo.
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