Al contrataque

Si lo sabías y no apuestas, duele

Puigdemont debería apostar ahora por no regresar a Catalunya y dejarnos en paz

Carles Puigdemont paseando por Bruselas

Carles Puigdemont paseando por Bruselas / periodico

ANTONIO FRANCO

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La publicidad a veces dice la verdad. Me refiero a un anuncio de apuestas sobre fútbol. Un hincha anima a sus jugadores diciéndoles entusiasmado que ganarán 2-0 a los rivales. Acierta y luego este es el resultado del encuentro. «Si lo sabías y no apuestas, duele» es más o menos la frase final que acompaña a una cara genialmente apenada del tipo que no apostó. 

Si los líderes soberanistas sabían que lo que pasa ahora, el previsible desenlace de su huida hacia adelante, y no apostaron por un frenazo sensato y adelantar ellos mismos las elecciones autonómicas antes de que llegase el 155, es irresponsabilidad y duele. O que no cogiesen aquel último tren que les intermedió Urkullu. Pero sus caras ahora no suscitan compasión; a media Catalunya le parecen muy duras y estratégicamente desastrosas.

En cambio, duele la cara que les ha quedado a los soberanistas de buena voluntad. A quienes apostaron desde la calle por creerse los mensajes de su Govern. También duele la cara que les ha quedado a los españoles templados que confiaron en Rajoy cuando salió de su inacción tradicional y luego el 1-O mandó a los policías, algunos de ellos sádicos. Aquellos excesos no fueron espontáneos. Cuando a última hora de la mañana Madrid se dio cuenta de que las patadas y los porrazos contra gente no agresiva escandalizaban al mundo, acabaron casi en seco. A los sádicos les cambiaron las órdenes y por la tarde los incidentes fueron mínimos. Es triste tener que volver y volver al 1-O, pero creo que aquel domingo en cierto sentido se rompió algo para siempre. Muchos españoles templados también lo sospechan. 

Que se quede en Bélgica

Si lo sabías y no haces la apuesta conveniente, duele. Si apuestas por lo que sabes que romperá en dos mitades a los ciudadanos, duele más todavía. Quizá por eso Puigdemont debería apostar ahora por no regresar a Catalunya. Por dejarnos en paz, aprovechando que parecen gustarle el falso exilio, la justicia belga, que su trabajo se limite a hacer declaraciones sesgadas e intentar seguir mandando (contra su propia promesa explícita). Si se queda allí, su carita triste no le dolería a la mayoría absoluta de sus compatriotas en nuestro regreso a volver a encarar los problemas verdaderamente importantes, esos que parecían interesarle tan poco a él. Que se quede allí, porque ni a la dignidad de Catalunya ni a la posible transformación de España les conviene verle en la cárcel por sus hechos (no por su ideología). Catalunya ya está dándole toques. El soberanismo empieza a aplicarle la desobediencia que él predicó. De momento desoye su petición de ir a las elecciones con listas conjuntas, y Jordi Sànchez, desde la cárcel, le critica públicamente por no haber convocado él las elecciones. Haría bien atornillándose en Bruselas, aunque uno de sus antecedentes en eso fuese de tipo monárquico, la ya casi olvidada Fabiola