Dos miradas

Ryanair es una broma

Josep Maria Fonalleras

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He viajado algunas veces con Ryanair y, de la experiencia, he sacado al menos un par de conclusiones. La primera, que si luego vuelas con otra compañía de bajo coste puedes llegar a creer que lo haces en el Air Force One. No solo porque puedes elegir el asiento y porque no tienes que competir en una carrera criminal (el hombre es un lobo para el hombre) a ver quién es el primero en meter la maleta en el compartimento de cabina, sino porque, en comparación con los irlandeses, la comodidad del resto es casi un lujo asiático. La segunda conclusión es que volar con Ryanair parece una broma. No lo es, por descontado, porque dentro de un avión siempre es mejor no estrellarse que estrellarse, puestos a pedir. Pero lo parece, porque no ha habido ni un solo viaje, de todos los que he hecho, en que al final el respetable público no ovacionara a la tripulación. Es una forma curiosa de volar, parecida a la lotería. Aplaudes porque no esperas que te toque y, cuando te toca, el placer es indescriptible. Así, en un vuelo de Ryanair se hace explícita la alegría del aterrizaje porque, en el fondo, no estabas seguro, al despegar, de llegar sano y salvo. Si es cierto que el propietario, el alocado O'Leary, quiere suprimir la plaza de copiloto, yo exigiría que hubiera un rótulo que lo anunciara. Entonces, el piloto, los auxiliares y los viajeros, eufóricos y en tierra, podrían tirar confeti y promover un tedéum de acción de gracias.