La rubia, los celos y el machismo

RAMÓN LOBO

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El asunto de las fotos de Helle Thorning-Schmidt en Sudáfrica, por llamarlo de una manera que nos sitúe con rapidez, es un caso perfecto para explicar la crisis de los medios de comunicación. No es solo Internet, la bajada de la publicidad o los lectores que cambiaron la lectura reposada por el picoteo digital; el problema somos nosotros, los periodistas.

Se ha mantenido durante dos días una hipótesis global sobre unos presuntos celos de Michelle Obama. Se han escrito ríos de tinta y vertido toneladas de sinsentido en radios, televisiones y redes sociales. Nadie comprobó nada, nadie preguntó. Sobre una serie de fotografías se construyó una historia paralela que no era real. No dejes que la realidad estropee un buen titular, reza uno de los lemas de la prensa amarilla, un virus que entró hace tiempo en la llamada prensa de calidad.

Existe una perversión moral, ideológica y profesional sobre qué es importante y qué no lo es. Vivimos en una sociedad desarmada en la que los medios de comunicación (en general, que no se enfaden las excepciones) no cumplimos nuestra labor. Más que despertadores de una conciencia colectiva, fiscales del poder y todas esas zarandajas del mito del cuarto poder, nos hemos reducido a repartidores de necedad. Otra prueba: las ruedas de prensa amañadas de la Moncloa.

Detrás de las noticias y artículos de opinión sobre los presuntos celos de Michelle Obama bulle un machismo evidente. Las críticas a la primera ministra danesa, que se han dado sobre todo en España, resuman un machismo recalcitrante. Aquí hemos leído adjetivos deplorables: señora Gucci, la rubia, la vikinga, y ver galerías de fotos con supuestos trajes provocadores. Se la ha acusado de coqueteos con Barack Obama. Un importante diario digital tituló: «Helle Thorning-Schmidt da la nota». Los hombres que se fotografiaron con ella nunca la dan, son víctimas de un embrujo, un discurso que compran muchas mujeres.

Poder tóxico

Los pecados de la primera ministra danesa son ser atractiva, vestirse de mujer, no mutilar su feminidad, no esconderse. El machismo gobernante se siente más seguro con mujeres que se disfrazan de hombres, que repiten tics del macho alfa. El machismo es la expresión de un ejercicio inaceptable de poder. El machismo no está tanto en el hombre como en el hombre que ejerce un poder asfixiante, sea político, empresarial o doméstico, un poder no democrático, no igualitario, que mata la libertad individual. Ese poder tóxico también lo pueden ejercer mujeres. La revista británica New Statesman eligió a Margaret Thatcher el hombre del año. Eran los 80, en plena guerra contra los mineros.

La secuencia de las fotografías publicadas cuenta una aparente historia de celos. No estoy seguro de que la última imagen, cuando Michelle Obama aparece en medio de su marido y la primera ministra danesa, no sea en realidad la primera. El orden es una forma de alteración de la realidad. Hay otras tomadas por el mismo fotógrafo, Roberto Schmidt, en las que se ve a Michelle sonriente; las hay departiendo amigablemente con Thorning-Schmidt. Esas no se han publicado, arruinaban el titular.

En el Reino Unido y en EEUU no se ha atacado a la primera ministra danesa, aunque algún medio habrá entre los sensacionalistas. Allá, los llamados medios serios, escrito así para entendernos, han criticado al primer ministro británico y al presidente estadounidense porque consideran que su actitud no fue la apropiada en un funeral.

El acto fúnebre duró más de cuatro horas; en la calle se despedía al gran Nelson Mandela con alegría y bullicio porque se festejaba su vida, su ejemplo. Criticar unas risas, unas fotos que cualquiera habríamos hecho, es también parte del problema de la prensa. El asunto de fondo es Mandela, lo que significa. Lo son también los impostores que fueron a figurar, a llenarse la boca de palabras en las que no creen, como Rajoy que niega aquí la memoria histórica que aplaude en Sudáfrica.

Motores de la guerra

Otra política es posible; otro periodismo, también. Un periodismo que vaya a los motores de la guerra, de la pobreza, a los intereses ilícitos, que denuncie a los que se lucran de la crisis, a los ideólogos impunes de las preferentes; un periodismo de calle, molesto, que desnude las maniobras, los artificios del poder.

Se ha hablado más de los celos de Michelle que de la guerra en la República Centroafricana. O de Siria, donde tenemos tres periodistas españoles entre la treintena de reporteros secuestrados. Marc MarginedasJavier Espinosa y Ricard Garcia Vilanova, como otros que hacen su trabajo diario en condiciones difíciles, sean físicas, políticas o laborales, son la esperanza de una regeneración urgente. Volved pronto a casa, amigos. Os necesitamos.