INTERFERENCIAS

El reverso del landismo

NANDO SALVÀ

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Decir queAlfredo Landafue mucho más que el landismo no es una forma de disculparlo por títulos comoManolo la Nuit (1973) oPisito de solteras(1974) -tampoco habría por qué--, es que es la verdad. Cuando el festival de Cannes lo nombró mejor actor junto a Paco Rabal por su descomunal trabajo enLos santos inocentes(1984) -imposible olvidarlo olisqueando el campo como un perro para buscar las piezas cazadas por su señorito-, ya hacia tiempo queLandaiba dejando atrás las españoladas. Así lo atestiguaban sus trabajos a las órdenes de Juan Antonio Bardem(El puente, 1976) y, sobre todo, deJosé Luis Garci, para quien había rodado Las verdes praderas(1979) y la pareja de películas protagonizadas por el detective Germán Areta:El crack (1981) yEl crack II (1983) son pioneras de un cine policial castizo que transcurre en bares grasientos donde suenan las máquinas tragaperras y los suelos están infestados de huesos de aceitunas, y sin el que títulos como No habrá paz para los malvados(2011) no existirían.

Solo después de que los franceses nos dijeran qué bueno eraLandaempezamos los españoles a reconocerlo como merecía. A partir de entonces, por ejemplo, hizo grandes los papeles que le ofrecieron directores grandes como Basilio Martín Patino, Luis García Berlanga, Manuel Gutiérrez Aragón-qué grande el Sancho Panza que encarnó para él-- y José Luis Borau.

Pero, aun así, para mucha gente su nombre siguió siendo sinónimo de macho ibérico y de cine de suecas. Luego ganó sendos Goyas por las dos películas que rodó junto a José Luis Cuerda, El bosque animado(1987) yLa marrana (1992), y uno tercero honorífico en el 2008. ¿Sirvieron esos premios para que el mundo llegara a ser consciente de verdad de su inmenso talento? Siempre quedará la duda.