Dos miradas

Retorna la vida

No hay una resurrección como la de 'Ordet' (La Palabra), el genial legado místico del cineasta danés Carl Theodor Dreyer

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Josep Maria Fonalleras

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No hay una resurrección como la de 'Ordet' (La Palabra), el genial legado místico del cineasta danés Carl Theodor Dreyer. Al final de la película, mientras Inger yace muerta en la cámara, poco antes de cerrar el ataúd para siempre, su hija Maren pide a Johannes Morten, su tío, que la resucite. Casi se lo exige. Johannes ha enloquecido (¿es así?) después de haber leído a Kierkegaard con devoción intelelectual, y el orate –alto y flaco– se cree Jesucristo. Se convierte en el último recurso de la ingenuidad, la última esperanza –alejada de toda racionalidad– ante la conturbación de la muerte. Uno de los asistentes al velatorio dice con un gesto altivo: «Es un loco». Y él contesta: «¿Es ser loco desear el retorno de la vida?». Antes, en aquella sala fría, con un sol tímido, danés, rural, alguien ha parado el reloj, como haría Auden: «Parad todos los relojes, porque ya nada puede traerme nada bueno».

Morten, imponente y contenido, convencido y sereno, dice: «Dame la Palabra, la Palabra que puede devolver la vida a los muertos». Hay unos segundos eternos ante el cadáver. Inger, pálida, primero deshace las manos que tenía cruzadas sobre el cuerpo inerte; después, abre poco a poco los ojos y se abraza con incontinencia a su marido. No hay fuegos artificiales sino la constatación discreta de la gracia. El pequeño de los Morten se acerca al reloj y empuja de nuevo, con suavidad, el péndulo que estaba parado. El tiempo, que había sido abolido, vuelve a fluir.