Al contrataque

El rescate

ANA PASTOR

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La radio estaba puesta de fondo desde hacía un rato, pero tenía la cabeza en otro sitio. Al parar en el semáforo reparé en la voz de la mujer que acababa de irrumpir en el silencio aparente. Hablaba con calma, pero su tono era de gran cabreo. Y no era para menos. Estaba relatando a un periodista los estremecedores datos del último informe de la organización Save the Children sobre la pobreza infantil en España. En un momento dado, esta portavoz, Áurea Ferreres, hizo una pausa, tragó saliva y dijo: «Hablamos con padres que por las noches han dejado de cenar para ahorrar esa parte del presupuesto familiar e invertirlo en los libros que el colegio pide para sus hijos».

Padres que han tenido que elegir, que prefieren acostarse con el estómago vacío, un día y otro más, para evitar a sus hijos la vergüenza de no tener el material que se les exige en una educación que presumimos es pública y gratuita. Padres que en la España del supuesto siglo XXI rebuscan en las horas de insomnio una explicación a tanta desgracia y, sobre todo, inventan soluciones a un drama monstruoso. Son los padres de los 2.826.549 niños y niñas a quienes el rescate de las cajas de ahorros en este 2014 les debe sonar a broma de mal gusto, los que no verán su historia en la primera página de los diarios, los que lo ha intentado todo y más para no formar parte de una estadística que dice que somos el octavo país de la Unión Europea en tasa de pobreza infantil. Son los padres que no escuchan hablar, a quienes nos dirigen, de este indicador del fracaso social, porque las cifras macro de la recuperación quedan mejor en sus discursos.

¿Dónde está el Estado?

Dice Save the Children que, en nuestro país, para 30 de cada 100 niños la fruta es un lujo porque no pueden tomar siquiera una pieza al día. 30 de cada 100 niños no toman verdura a diario porque sus familias no se lo pueden permitir, y 20 de cada 100 niños no han estrenado ropa y no tienen más que un par de zapatos. ¿Dónde está el Estado? ¿Qué hacen las administraciones? ¿Quién rescata a esta gente?

Hace no mucho me contaron quienes visitan a estas familias una historia real que encierra la respuesta. Desde hacía tiempo, los voluntarios iban a casa de un hombre mayor, un anciano que vivía solo. Le llevaban el almuerzo porque no podía salir a la calle debido a los achaques de la edad. Un día les pidió un pastel de postre y a ellos les pareció muy extraño porque era diabético y cualquier dulce le hacía daño. Descubrieron que aquel pequeño pastel no era para él. Ni tampoco el filete. Ni la pasta. Ni el pan. Aquella comida era toda para su nieto, que ahora se alimentaba de lo que tenía que comer su abuelo. Este es hoy nuestro país, esta es la realidad y suyas son las conclusiones.