Vino de mi cosecha

Réquiem por tres chicas

JOSEP M. FONALLERAS

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Toda nuestra seguridad, todo lo que defendemos con una lenta acumulación de piedras que acaben convirtiéndose en muralla, se tambalea en un segundo o en unos minutos en los que se vuelven en tu contra circunstancias que creías bajo control.Jean Cocteaudecía: «Cada día observo la muerte cómo trabaja dentro del espejo». Era una constatación de la evolución ineludible, del destino final al que todos llegaremos, de la Desconocida, como describíaFoix,y con la que todos nos encontraremos, tarde o temprano, en el puerto. Es un proceso del que somos conscientes y que, a diferencia del poeta, no forma parte de nuestras vidas porque lo queremos lejos, en un horizonte apenas intuido, sin querer que se acerque, con el anhelo de retrasarlo. Pero el accidente, lo inesperado, el instante que todo lo perturba, cuando no contabas con ello, desencadena en el alma un sentimiento de indefensión, un aislamiento profundo y oscuro, una reflexión sobre el porqué del sufrimiento. Ante el descubrimiento repentino de la debilidad no hay mecanismos que aminoren el dolor, que ayuden a entender el despropósito.

La muerte de alguien que conoces, de alguien con quien has compartido parte de tu (y de su) vida, es una experiencia que exige introspección e, incluso, ciertas dosis de misantropía. No quiere altavoces. Por eso es tan difícil habitar el momento en que la muerte se hace noticia que los demás también comparten porque encabeza los titulares diarios de las televisiones. Paisajes idílicos, con imponentes saltos y ríos serpenteantes en medio de una frondosa vegetación, se convierten, día a día, en un calvario que solo puede terminar cuando el silencio se impone, cuando la memoria vuelve a ser solo individual, pausada, muda.

Las palabras del poeta

Hoy se celebrará en Cassà de la Selva el funeral de las hermanas Terradas y de Irene Carbó, las chicas que murieron en el río Gallinas. Será un acto conjunto de las familias y también una expresión de la solidaridad intensa y discreta de un pueblo. Eran chicas que trabajaban, iban de excursión y hacían pícnics y fiestas en la playa; chicas que se esforzaban por estudiar pese a la dificultad de concentrarse por culpa de un vendedor de melocotones que anunciaba a gritos su mercancía. Chicas que escribían en el Facebook sus inquietudes, sus aficiones, sus sueños. Decía antes que el duelo impone una cierta misantropía, pero también es cierto que, en momentos así, el afligimiento compartido con los amigos, los vecinos, incluso ciudadanos desconocidos (partícipes todos, en mayor o menor grado, de la tragedia), es un bálsamo que no cura ningún dolor, pero que aplaca, como una cataplasma benéfica, el dolor del desconsuelo.

Hoy, en Cassà, serán sólidas y sabias, de nuevo, las palabras de un poeta.«És bo de tenir llàgrimes a punt, tancades, per si tot d'una mor algú que estimes». Lo decíaJoan Vinyoli.Es bueno tener palabras a punto para tratar de entender lo que no tiene explicación. Hoy, en Cassà, se derramarán estas lágrimas y concluirá el episodio público. Quedará la tristeza doméstica, que los demás no podremos nunca abarcar. Y también el agradecimiento a los voluntarios y autoridades de San Luis de Potosí, que han dedicado esfuerzos indecibles para recuperar los cuerpos y que siguen luchando para hallar al chico de Lleida. La pena se consolida, pero también se hace más soportable gracias a la presencia, alejando el desaliento cruel de la desaparición, de la evanescencia.