LA CRISIS DEL PROYECTO COMUNITARIO

Repensar Europa

La UE debe reformularse en torno en tres círculos concéntricos para evitar el repliegue nacionalista

Estrasburgo 8 Jean-Claude Juncker se dirige al pleno del Parlamento Europeo, el 14 de septiembre del 2016.

Estrasburgo 8 Jean-Claude Juncker se dirige al pleno del Parlamento Europeo, el 14 de septiembre del 2016.

JOSEP BORRELL

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Pronto celebraremos los 60 años del Tratado de Roma, que creó la Comunidad Económica Europea, y los 25 del de Maastricht que creó el euro. Pero el entusiasmo europeísta es escaso. El presidente de la Comisión Jean-Claude Juncker anuncia que no pedirá otro mandato. El 'brexit' refleja una malestar creciente respecto a las políticas que provienen de Bruselas. Los electores, sobre todo los de los países más afectados por la crisis, apoyan a nuevas formaciones políticas que proponen soluciones radicales y culpan a la UE de sus males.

Los conflictos en nuestras fronteras han producido oleadas de inmigrantes a las que la UE no ha sabido dar una respuesta coherente. Y con Trump, Europa está cada vez más sola. En palabras de Merkel, su destino está entre sus manos. Y ese destino dependerá crucialmente del resultado de las próximas elecciones en Francia y en Alemania. Si en los dos países ganan lideres europeístas la UE puede relanzarse. Si no es así, el proyecto se desintegrará.

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Lo ocurrido en Alemania con Martin Schultz como nuevo candidato del SPD muestra que la socialdemocracia, pese a todos sus problemas, no está condenada a la desaparición ni a la marginalidad. Su figura, como expresidente del Parlamento Europeo, ha contado mucho en una espectacular remontada de casi 10 puntos en la intención de voto. Pero las personalidades no lo son todo. Schultz se ha pasado la vida política en Bruselas y sobre él no pesa la herencia de Schroeder ni el desgaste del SPD por su coalición con Merkel. Y como la economía va mejor, el discurso redistributivo socialdemócrata es más creíble y atractivo.

UN EUROPEÍSMO MÁS PROFUNDO

Schultz también puede evitar que se le identifique con las políticas de austeridad a la alemana. En los momentos de la máxima impopularidad de esas políticas lo he presentado en España, como «alemán, pero el otro alemán». Su europeísmo es más profundo que el de Merkel. Con él sería más fácil que Alemania entendiera que la economía europea necesita unas políticas fiscales más flexibles y coordinadas.  Pero con cualquiera de ellos el proyecto europeo no corre peligro. Y la convocatoria en Berlín para el 6 de marzo de una inédita reunión a cuatro –Alemania, Francia, España e Italia– muestra la voluntad de avanzar en la Europa a dos velocidades.

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El problema es Francia. Se da por sentado que el duelo final será entre Le Pen y Macron. Sobre todo después de que el líder centrista Bayrou haya anunciado su retirada en apoyo de Macron. Todo lo contrario de Melenchon, el dirigente del partido más parecido a nuestro Podemos, que se ha negado a pactar con el candidato socialista Hamon, repitiendo la división de la izquierda que acaba dando el poder a la derecha. Hamon ha conseguido pactar con una de las fracciones de los verdes, pero no es suficiente. Y como el líder rojiverde histórico Daniel Cohn-Bendit también apoya a Macron, este puede contar con una parte del movimiento ecologista que nunca antes había tenido un candidato centrista.

LA MOVILIZACIÓN DE LA IZQUIERDA EN FRANCIA

Pero puede que tampoco esos apoyos sean suficientes. ¿Podría ganar Le Pen? Hasta hace poco la hipótesis parecía absurda, pero hoy el desconcierto es tal que se empieza a temer por la reacción de una parte del electorado confrontado a una elección bien diferente de la que fue entre Le Pen padre y Chirac. Si la izquierda no se moviliza, como mal menor, en favor de la incógnita que representa Macron, Le Pen puede superar el 40%. Y si ganase, el proyecto europeo simplemente se habría acabado. Y si así fuera, cambiar el euro por un franco devaluado con fuga de capitales, aumento de los tipos de interés y de la inflación sería tremendamente prejudicial para las capas más modestas de la población.

Para evitar el repliegue nacionalista, Europa tiene urgentemente que repensarse en torno a una UE en círculos concéntricos. El primero con los países del euro que acepten nuevas transferencias de soberanía para construir una unión fiscal, social y política. Un segundo con los que no se sientan aún preparados para entrar en esta unión política. Y el tercero, por los que solo deseen acuerdos de libre cambio. El primero, pero no el único, sería el Reino Unido.

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¿Todo muy complicado? Sin duda. Pero el actual statu quo es insostenible. O algunos avanzan hacia una mayor integración, o el conjunto se desintegrará. Pero haría falta que la UE aplique ya políticas que hagan que sus ciudadanos la sientan como más propia y legitima. Como lo han reclamado en políticas migratorias los manifestantes de Barcelona.