Opinión | EL ARTÍCULO Y LA ARTÍCULA

Juan Carlos Ortega

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Repase su cuerpo

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Hay algo terrible que nos ocurre a los que escribimos artículos, o columnas, o como se llame esto que estoy tecleando. Tenemos miedo a parecer insensibles cuando, por un momento, excluimos de nuestro discurso a las personas que lo están pasando mal. Si, por ejemplo, hablo de lo magnífico que es estar sano, en seguida nos invade el temor a ser considerados poco empáticos con aquellos enfermos que puedan estar leyéndonos, o con sus familiares, o, en general, con cualquier humano que no tolere que se exalte un bien cuando existen tantos males.

Yo he caído muchas veces en eso, evitando escribir de manera optimista sobre la vida, aunque muy a menudo me apetecía hacerlo.

Dicho lo anterior, que he escrito solamente para evitar ciertas críticas (tarea tal vez inútil), paso a decirle lo contento que estoy al notar, asombrado, que no me duele absolutamente nada.

Repaso mi cuerpo desde la cabeza hasta los pies y me alegra comprobar que apenas lo noto. Sé que mi cabeza está ahí, porque siento una levísima y agradable tensión, la mínima para lograr que se mantenga firme y así poder fijar los ojos frente al ordenador. La boca no me duele; ninguna muela, ni la lengua o el paladar. Respecto a la nariz, sé que la tengo porque me la he visto muchas veces reflejada en los espejos, y porque cuando alzo la cabeza un poquito, percibo con la visión lateral una especie de sombra rosada que se mezcla ahora con el teclado. Pero notarla, solo la noto cuando respiro y entra aire por ahí. Algo bastante agradable, si se piensa bien.

Bajo por mi cuerpo, repasándolo, y mi cuello está perfecto, al menos en cuando a los síntomas. No me duele al tragar saliva, ni siento los músculos tensionados. Mi pecho está tranquilo y si continúo bajando, noto el estómago en perfecto estado.

Las manos están bien, con todos sus dedos, sin el menor dolor en ninguna de sus muchísimas articulaciones. Las piernas están tranquilas y los pies bastante cómodos dentro de los zapatos.

En resumen, querido lector, no me duele nada. Pero no piense que este artículo es para informarle de lo bien que me encuentro esta mañana, o para presumir ante usted de mi bendita constitución física. No soy perfecto y he tenido dolores terribles: muelas que me hacían sufrir hasta el punto de dar puñetazos sobre la mesa; anginas insoportables que acuchillaban mi garganta cada vez que intentaba tomar el antibiótico con un poquito de agua. Y dolores tremendos de barriga. En fin, lo que sin duda usted también ha experimentado en innumerables ocasiones.

Si les cuento todo esto es porque sé que, estadísticamente, la mayoría de los lectores están igual que yo, y creo que sería bueno que se alegraran al saber el privilegio gigante que eso supone.

Repase, como yo he hecho, su cuerpo desde la cabeza hasta los dedos de los pies. Y sienta lo rematadamente afortunado que es por disfrutar de este momento. No quiero ser aguafiestas, pero llegará un día en el que se dirá a sí mismo: "¿Por qué no supe disfrutar de eso y estaba cabreado todo el día por asuntos como el procés, por poner un tontísimo ejemplo al azar?".

Disfrute, querido amigo. Y a los que no tienen la suerte de la que gozamos la mayoría, les mando mucho ánimo y mis mejores deseos para que todo pase lo antes posible.