El cuerno del cruasán

Renfe y la idea de Europa

JORDI Puntí

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Hace unos días, los pasajeros que hacían el trayecto París-Londres con el Eurostar, el tren que va por debajo del canal de la Mancha, se encontraron con una sorpresa en la estación de Saint Pancras, en Londres. En uno de los andenes descansaba un modernísimo tren alemán, de la casa Siemens. Es probable que los viajeros franceses más chovinistas lo vieran como una amenaza, pero esa bestia había llegado a Londres con la promesa de un futuro mejor. Hace ya unos meses que, con el permiso de Sarkozy, se está estudiando la conexión entre Londres y Fráncfort. Se ve que el viaje durará cerca de cuatro horas. La diferencia con el vuelo de avión -una hora larga-- no es tan grande si tenemos en cuenta que el tren llega al centro de las dos ciudades y, por lo tanto, se ahorra cerca de dos horas en trayectos hasta el aeropuerto y esperas aburridas.

El viaje entre Fráncfort y Londres, dos epicentros financieros, podría ser el gran argumento para que los británicos se sientan más europeos que nunca. George Steiner asociaba la idea de Europa a la cultura de los cafés y a la costumbre de ir a pie por la ciudad, y no en coche. Ahora los trenes de alta velocidad nos permiten pasear de Trafalgar Square hasta el bulevar de Saint Germain en pocas horas. (Y en cuanto a los cafés, hace años que el té de las cinco convive con el capuccino.) Si de Londres a Fráncfort van cuatro horas, con otras tres estás en Múnich. De Múnich a Viena son cuatro más, las mismas que se necesitan para llegar a Budapest, en el otro extremo de Europa central. En medio, uno siempre puede desviarse hacia Zagreb, Zúrich, Praga o Milán.

A nosotros, que hemos perdido tanto tiempo en los retrasos de cercanías y la falsa rapidez del Talgo, nos cuesta aceptar que un tren pueda ir rápido y lejos. Pero pronto nos plantaremos en París en unas cinco horas, y de ahí, etcétera. Además, el AVE entre Madrid y Barcelona viene a ser un ensayo general. Hasta llegar a Atocha, uno tiene tiempo de leer una novela. Los que llevan una vida intensa sacan el portátil y trabajan más que en el despacho. Los ociosos pueden conversar con el vecino de asiento sin empacharse: ese señor de Ciudad Real que va al médico y charla y charla para distraer los nervios; esa chica de Soria que viene por primera vez a Barcelona y pregunta por las Ramblas… Cuando tomemos el tren hacia París será lo mismo, solo que practicaremos otros idiomas y tendremos un poco más de tiempo para pensar en esto de Europa.