El epílogo

Religión y pederastia

ALBERT Sáez

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La pederastia es una de las perversiones más sórdidas que ha generado la humanidad. En ella se acumulan el abuso, la dominación, la violencia, la humillación... La pederastia en el seno de instituciones cerradas -como cárceles, internados o conventos- eleva el delito a la máxima categoría. Pero posiblemente donde el delito alcanza las más altas cotas de repugnancia es en los centros religiosos. Sumar la fuerza del adulto contra los menores, más la autoridad del educador y la presunta santidad de los sacerdotes eleva el delito pederasta en los centros religiosos a la categoría de galería del horror humano.

Ayer supimos que en los últimos 30 años ha habido en instituciones católicas belgas un mínimo de 475 casos de abusos sexuales a menores. Y en 13 de ellos, las víctimas acabaron suicidándose reconcomidas por el dolor de las vejaciones que sufrieron durante la infancia en colegios, seminarios y organizaciones juveniles católicas. El único haz de luz en este sombrío asunto es el hecho de que los datos han salido de una investigación encargada por los propios obispos para salir del atolladero donde les situó el obispo que abusó de su sobrino entre los 5 y los 18 años. Esta operación de transparencia ha sido ciertamente posible porque en la mayoría de los casos denunciados ya ha prescrito el delito.

Dilema eclesial

La Iglesia católica debería tomar nota del caso belga. Por respeto a los cientos de miles de eclesiásticos que jamás han practicado la pederastia. Por respeto a los millones de fieles que en todo el mundo siguen bienintencionadamente sus enseñanzas. Por respeto a su propia historia de más de 2.000 años. Ya basta de subterfugios. La penitencia no expía los delitos. La jurisdicción eclesial no existe para poner trabas a la justicia ordinaria. Por todas estas razones, Benedicto XVI tiene una oportunidad de oro durante su próxima visita a Gran Bretaña de abrir la puertas y las ventanas de la institución que dirige y dejar entrar el viento fresco de la verdad y de la justicia ordinaria. Solo tiene que extender el trato dado a los Legionarios de Cristo a toda la Iglesia.