El Día de la Literatura Infantil y Juvenil

Regreso a 'Torres de Malory'

Me lo pasé bomba en mi infancia leyendo los libros de Enid Blyton, ajena a su vocación educadora en valores puramente femeninos

ilustracion  de maria  titos  para  el domingo

ilustracion de maria titos para el domingo / periodico

Care Santos

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Este lunes, 2 de abril, es el Día de la Literatura Infantil y Juvenil. La fecha conmemora el nacimiento del escritor danés Hans Christian Andersen, que mañana cumpliría 213 años. Escribo Andersen y veo al señor tristón que soñaba con conocer España, la España de los románticos y de sus lecturas infantiles, y que el 5 de septiembre de 1862 cruzó la frontera francesa camino de Barcelona. Acababa de llegar a la Fonda (hoy hotel) Oriente, de la Rambla dels Caputxins, cuando vio con horror cómo se desataba una tormenta. De pronto el agua embarrada bajaba de lado a lado de la Rambla, arrastrando de todo: frutas, carros, troncos… Escribió que las olas rompían contra los balcones más bajos y que en las iglesias los sacerdotes decían misa con el agua hasta la cintura. Quedó impresionado.

Otro recuerdo de Andersen: uno de los primeros libros que poseí fue la primera traducción al catalán de sus cuentos, publicado por Editorial Juventud. Los traductores eran Josep Carner y Marià Manent y se embellecía con las ilustraciones de Arthur Rackham, a color y protegidas por un misterioso papel de seda. Era una joya de libro. Uno de los pocos que sobrevivieron al expurgo adolescente de mi biblioteca. 

En las mesas de una librería de lance

La mayoría de mis libros de niña se los cambié por lecturas adultas a un librero de lance de nombre Francesc Rogés. Como él mismo me dijo una vez: fui dejando mi infancia poco a poco sobre las mesas de su tienda. Entre estos libros que abandoné porque habían dejado de interesarme estaba mi serie favorita de la escritora inglesa Enid Blyton, 'Torres de Malory'. Es curioso: no recuerdo nada de aquellas novelas, seis en total, salvo que pasaban en un internado de chicas en algún lugar de Inglaterra, que la protagonista se llamaba Darrell y que había también una Gwendoline y una Sally. La colección pretendía educar a las niñas en valores puramente femeninos y fue escrita a finales de los años 40. No hablaba, pues, de mi mundo, pero me daba lo mismo. Tampoco me molestó que quisiera educarme. Ni siquiera me di cuenta.

Enid Blyton es una de las autoras más vendidas del mundo. Seis millones al año, todavía hoy. En total, sus más de 700 títulos han vendido más de 600 millones de ejemplares. Toda una generación, los que hoy tenemos entre 40 y 60 años, crecimos bajo la influencia de alguno de sus personajes. El novelista Antonio Orejudo reconocía esta deuda en su última novela, 'Los cinco y yo', que hacía referencia a la serie 'The famous five' (Los cinco), acaso la más popular de todas. También yo podría escribir mi particular 'Regreso a Torres de Malory'. Ya se sabe: las lecturas de la infancia siempre son fundacionales. 

Ahora que reviso los argumentos
de aquellas seis novelas me doy cuenta de que eran repetitivos, clasistas
y bastante tontos

Así que me lo pasé bomba leyendo una y otra vez aquellos libros, ajena a su vocación educadora y sin aprender nunca a pronunciar el nombre de sus protagonistas. Ahora que reviso los argumentos me doy cuenta de que eran repetitivos, clasistas y bastante tontos, y que habría hecho mejor leyendo otras cosas, como a Roald Dahl o a Astrid Lindgren, pero qué le vamos a hacer. Aunque no conservo un recuerdo memorable. La prueba está en que jamás le he regalado a nadie un solo libro de Enid Blyton, y mucho menos a mis hijos. Reconozco los méritos que convirtieron a Blyton en la reina absoluta de la literatura infantil, solo destronada por J. K. Rowling. A pesar de todo, cada vez que veo a una madre de mi edad, o más joven, regalando 'Torres de Malory' a su hija de 10 años me entran ganas de decirle cuatro cosas.

A saber: que aquí y ahora existen un montón de autores y editores preocupados y comprometidos en ofrecer a la gente joven de aquí y hoy una literatura oportuna y fascinante. Que tal vez debería dejar de comprar novelas pensadas para educar a las niñas inglesas de los años 50 y probar con otras, pensadas para apasionar a lectores del siglo XXI. Me dan ganas de decirle que las ediciones recientes de Blyton suelen modificar el lenguaje para evitar susceptibilidades. Es decir, se han actualizado, un verbo que jamás debería aplicarse a una obra literaria, porque la literatura de verdad no necesita actualizaciones para estar siempre vigente.

Nivel de calidad e implicación envidiables

Me dan ganas de añadir que nuestra literatura infantil y juvenil ha recorrido un larguísimo camino para llegar a un nivel de calidad e implicación envidiables y que la continuidad solo podrá garantizarse con el apoyo de todos: padres, libreros, profesores, bibliotecarios. Y, por supuesto, de los lectores que se apasionan, se enganchan y luego recomiendan lo que les gusta.

Para terminar, a todos los que aún se permiten el lujo de menospreciar la literatura para niños y jóvenes, les recordaría aquello que escribió la premio Nobel de Literatura Wislawa Szymborska: es más fácil escribir el Ulises de Joyce que hacer una buena novela juvenil. 

Ya lo creo. Quien lo probó lo sabe.

Feliz día de la literatura infantil y juvenil.

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