El refugio de Europa

Nuestras democracias son abiertas y garantistas y por eso se pueden criticar desde su interior y propiciar debates públicos sobre ella

Refugiados sirios, la mayoría mujeres y niños, durante una tormenta de arena cerca de Figuig (Marruecos).

Refugiados sirios, la mayoría mujeres y niños, durante una tormenta de arena cerca de Figuig (Marruecos). / periodico

MIQUEL SEGURÓ

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El 25 de marzo de 1957 se firmaban en Roma los tratados que constituyeron la Comunidad Económica Europea (CEE) y la Comunidad Europea de la Energía Atómica (Euratom). Ambos, junto con la fundación en 1951 de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), son el preámbulo histórico de la actual Unión Europea. Debería ser pues un año de celebración para Europa, y en cambio es precisamente el espíritu eminentemente económico y calculado de aquellos tratados lo que más se le achaca a la Unión Europa, especialmente ante tragedias humanas absolutas.

El problema de los refugiados. El reto de los refugiados. El drama de los refugiados. Refugiado remite a huir ('fugere') en retroceso (re-), y connota la acción de respuesta a algo temido por una persona o grupo. Esto es justamente lo que viene ocurriendo con aquellos que huyen de Siria y de la situación desesperante que viven.

Pero referirse a estas personas como refugiados y refugiadas da a entender algo más. El lenguaje pigmenta la realidad y esto condiciona la perspectiva con que nos acercamos a ella. Al identificar una persona como refugiado/a hacemos referencia a alguien en estado explícito de vulnerabilidad. Y hay que subrayar esto de explícito, porque vulnerables lo somos todos. Así, generamos una artificiosa distancia que difumina la incomodidad que genera nuestra frágil condición común, finita y contingente.

DISTANCIA MITIGADORA

Detrás de la estrategia de catalogar a estas personas como 'refugiados' existe sin duda la voluntad de alertar de su precario estado, pero no solo. También está la de generar una distancia mitigadora. Los refugiados son ellos; nosotros estamos ya a refugio. De manera que su vulnerabilidad no es nuestra, no forma parte de nuestra vida ordinaria. Por eso parece que haya que tomar medidas extraordinarias, y ser especialmente buenos, sensibles y magnánimos (solidarios diremos) y tratarlos con el paternalismo del que se siente a salvo. Como hicieron los amigos del desdichado Job, puede que a veces busquemos una manera de sentirnos bien hacia el próximo procurando que su realidad no nos interpele en exceso.

La cuestión de los así llamados refugiados no es tema de unos cuantos. Estamos ante un nuevo capítulo del sufrimiento y de la violencia que nos infringimos mutuamente (de la que también Europa ha sido y es cómplice). Esta también es nuestra condición ordinaria.

DERECHOS Y OBLIGACIONES

Ahora bien, ¿qué hacer con aquellos 'refugiados' que acogemos y nos atacan? Pues precisamente ser europeos y tratarlos como ciudadanos, con sus derechos y sus obligaciones. Es decir, asumir que desde que forman parte de nuestro tejido social deben ser considerados como cualquiera de nosotros. Es el punto de partida del contractualismo social más elemental: alguien tiene derechos porque adquiere unas obligaciones, lo que  vale para lugareños y foráneos. 

A partir de aquí se complica la cosa: ¿podría la situación desesperante que muchos de los recién llegados viven atenuar su responsabilidad? Es claro que no. Pero tampoco sería de recibo caer en la tentación de tomar la parte por el todo, que es una de las falacias más repetidas del pensamiento. Ni todos son potenciales terroristas, ni tampoco deben querer asumir los principios axiológicos fundamentales del medio social que los acoge. La libertad, si existe, es poder optar tanto por la concordia como por la destrucción, como le recordaba <strong>Richard Rorty </strong>Jürgen Habermas.

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La realidad no es, en efecto, monocolor. Por ejemplo, Mohamed Atta, piloto de uno de los dos aviones del atentado contra las <strong>Torres Gemelas de Nueva York</strong>, provenía de una familia egipcia adinerada y pudo estudiar en Hamburgo. Y fue justamente durante los años que pasó en Europa cuando gestó todo lo que después terminó sucediendo. No atentó por desesperación económica. Creía que aquello era lo que tenía que hacer. Si no lo hubiera asumido seguramente hoy podría ser un ciudadano alemán más.

LAS DEMOCRACIAS EUROPEAS

Por lo tanto: que las democracias europeas son perfectibles es una evidencia que hay que mirar de frente, especialmente en casos como el de los 'refugiados'. Pero no perdamos de vista al menos dos grandes premisas que hacen de la idea de Europa (https://www.herdereditorial.com/donde-vas-europa) un proyecto que hay que incentivar: que nuestras democracias son abiertas y garantistas, y precisamente por eso se pueden criticar hasta el detalle desde su interior y propiciar debates públicos sobre ella; y que están abiertas a someterse a un contraste franco con otras concepciones culturales y sociales. Alguien podría decir que esto no es mucho, pero habría que preguntarse qué otros sistemas políticos del resto del mundo también las asumen y, sobre todo, querrían asumirlas. ¿O es que acaso no es incluso más escandaloso que los países del Golfo no quieran saber nada de los 'refugiados'?