GEOMETRÍA VARIABLE
¿Es el referéndum la esencia de la democracia?
Estas consultas sirven para consagrar grandes acuerdos, no para resolver problemas que dividen
Joan Tapia
Presidente del Comité Editorial de EL PERIÓDICO.
JOAN TAPIA
La mala conllevancia entre Catalunya y España ha convertido -para muchos- el mecanismo del referéndum en la esencia de la democracia. No es así. La democracia es un conjunto de leyes que garantizan las libertades, gobiernos que son fruto de elecciones libres, periódicas y plurales y el imperio del Derecho.
Los referéndums son parte de la democracia allí donde están reglados en la Constitución. Más cuando forman parte de los usos y costumbres (Suiza, Estados Unidos). Con los otros hay que ser precavidos. Pueden ser adecuados, pero no forman parte del núcleo democrático. Y el uso del referéndum por gobernantes elegidos pero de tentaciones autoritarias, o cesaristas, es muy conocido. El general De Gaulle, gran presidente francés, los utilizó para conectar directamente con el pueblo -saltándose a los políticos y a los parlamentos electos- hasta que en el 69 se le fue la mano. Perdió un referéndum que concibió como instrumento para incrementar el ya elevado poder del que disponía tras la mayoría absoluta de junio del 68, que sucedió a la famosa revolución de mayo de aquel año. Tuvo que dimitir.
Los referéndums pueden servir para cimentar grandes consensos -aprobación de una Constitución- pero no acostumbran a ser útiles para resolver las cuestiones graves que dividen a una sociedad, aunque hay casos en que sí, como el referéndum italiano de 1946 que instauró la república.
EL CASO ESCOCÉS
La polarización entre un 'sí' o un 'no' no es siempre peligrosa porque oculta -y a veces falsea- las realidades complejas. En el 2014 el independentismo escocés perdió por 10 puntos (margen alto), pero volvió a la carga cuando obtuvo resultados favorables en unas legislativas. Y ahora ha dado marcha atrás cuando ha bajado en otras. Conclusión: el referéndum escocés no ha servido para solucionar, o conllevar, un problema que divide.
Y hay referéndums europeos recientes que han tenido graves consecuencias. Chirac llevó a referéndum, porque quiso, el proyecto de Constitución europea en el 2005. Pensaba que el resultado, que preveía favorable, facilitaría su reelección como presidente por tercera vez. Pero el 54% de los franceses usaron el referéndum para protestar contra Chirac, reelegido tres años antes porque su contrincante era Le Pen (padre). Y de rebote hicieron entrar a Europa en una crisis institucional que, agravada por la crisis, todavía no se ha resuelto.
Y hace un año, Cameron -que no supo plantar cara a los nacionalistas de su partido- hizo el referéndum del 'brexit', que fue votado por el 52% de los ciudadanos. Pero el 'brexit' era algo fácil de enunciar, difícil de llevar a la práctica y de consecuencias imprevisibles. Y ahora en las elecciones de hace unos días los británicos han enmendado el 'brexit' de Therese May. Sin decir, porque no lo saben ni tienen por qué saber, cómo salir del lío en el que el nacionalismo y el referéndum de Cameron (no reglado) les ha metido.
NO ES UNA FIESTA
No se trata de descalificar el independentismo. Catalunya será lo que los catalanes quieran. Pero romper un Estado y crear otro no es una fiesta. Exigiría mayorías fuertes y repetidas. Y negociar. Es estúpido -e ingenuo- exhibir "mandato democrático" con un 47,8% en unas "plebiscitarias". Y pretenderlo en una votación de un día con un país partido y el 51%.
Claro que nada de esto pasaría sin la imprudencia temeraria de la derecha española que llevó a cuestionar un Estatut -todo lo discutible que se quiera-, pero que el mecanismo constitucional y un referéndum catalán -reglado, no 'a lo Cameron'- habían pactado y decidido.
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