¿Referéndum? No, gracias

Gran parte de la izquierda catalana no se atreve a combatir la consulta por miedo a que les tachen de españolistas o unionistas

Cumbre 8 Munté, Colau, Puigdemont, Forcadell y Junqueras, en el encuentro prorreferéndum del día 23.

Cumbre 8 Munté, Colau, Puigdemont, Forcadell y Junqueras, en el encuentro prorreferéndum del día 23.

JOAQUIM COLL

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La matraca que van a darnos los próximos meses a favor de un referéndum pactado esconde el fracaso de los independentistas en las elecciones del 27-S del 2015. JxSí pinchó en su objetivo de lograr mayoría absoluta y, sumando a la CUP, el separatismo se quedó en el 47,7% de los votos tras desarrollar durante tres años la campaña propagandística más intensa en Europa occidental desde la segunda guerra mundial. Hasta la moción de confianza de Carles Puigdemont, el pasado septiembre, la hoja de ruta siguió siendo la prevista en el programa electoral de los junteros: declaración tuneada de independencia proceso constituyente al cabo de los 18 meses. Ante el colapso de esa estrategia, y tras el rifirrafe por los presupuestos con los anticapitalistas, se produce un salto atrás para intentar atraer a los 'comunes' de Ada Colaurecuperando la consulta autodeterminista como el no va más de la democracia. Ocurre, sin embargo, que los partidarios de un referéndum, unilateral o pactado, incluyendo aquí a CSQP, no llegan a los dos tercios de los diputados en el Parlament, condición imprescindible para emprender cualquier reforma estatutaria, constitucional o cambiar la ley electoral catalana.

La exigencia de referéndum no solo es ilegal, sino que carece de legitimidad. El Gobierno español y los principales partidos en las Cortes rechazan negociar algo que está fuera de la Constitución, y que tampoco concita consenso en Catalunya. C'sPSC PP están manifiestamente en contra. A diario escuchamos decir que eso no importa porque el 85% de los catalanes están a favor, según las encuestas. Pero la democracia no funciona a base de sondeos ni a golpe de manifestaciones. Es normal que a mucha gente le resulta difícil argumentar en contra de una consulta que se pretende legal y acordada. ¿Qué puede haber de malo, se preguntan? Intuitivamente, creen que sería una forma rápida de liquidar este pesado asunto del proceso. Ahora bien, deberían reflexionar sobre dos cosas. Primero, los independentistas son infatigables y, por tanto, aunque perdiesen una vez, como en realidad ya ocurrió el 27-S, pedirían un nuevo referéndum y otro hasta ganar. Segundo, y más importante, la secesión no es un derecho en ninguna democracia. Tampoco en un Estado federal. Si lo fuera se convertiría en un instrumento de chantaje de las elites territoriales hacia la administración central: dame lo que te pido o me largo, aunque igualmente trabajaré para largarme...

Que los independentistas, a falta de poder imponer su voluntad, quieran votar la secesión es lógico. Lo que no tiene sentido es que los que no lo son les sigan el juego. En el fondo, muchos de los que dicen estar a favor de un referéndum lo hacen porque saben que jamás se celebrará. Racionalmente, si lo piensan dos veces, deberían rechazarlo por las mismas razones que repudian consultas populistas como el 'Brexit'. Pero gran parte de la izquierda catalana no se atreve a combatirlo por miedo a que les tachen de españolistas o unionistas. Sin embargo, es muy sencillo, basta con decir, ¿referéndum? No, gracias.