Recuperar el tono

Tras el agrio trámite en el Parlament, el independentismo se la juega en la Diada si quiere recuperar el tono cívico y democràtico

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ALBERT SAEZ

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Por mucho que algunos se quieran autoconvencer de lo contrario, el auge independentista que anima el actual intento de ruptura tiene sus raíces en la gente, en las manifestaciones que se vienen celebrando en la Diada desde el año 2012. Han sido todas ellas ejemplo de civismo, talante democràtico capacidad de autorganización. Casi nadie lo ha discutido y los que les regatearon los números dejaron de hacerlo el año pasado, precisamente para evidenciar un ligero descenso de asistentes. Quienes se manifiesten este lunes se sentirán de alguna manera copartícipes de lo que pasó la semana pasada en el Parlament. Y dudo que estén tan orgullosos de aquello como antes lo estuvieron de la Via Catalana o del 9-N. La mayoría lo consiente, y en aquello que lo considera un error le añade el calificativo de forzado, porque entiende que este referéndum que se pretende unilateral es como mínimo el plan "E" para lograrlo: acuerdo entre gobiernoscesión de competencias en el Congreso, proceso participativo no vinculante y elecciones plebiscitarias al Parlament. Ninguno ha funcionado, principalmente por la falta de perspectiva política de quienes dirigen el Estado, pero alguno también por la incapacidad del mismo independentismo de alcanzar algún acuerdo táctico con el resto de soberanistas y con los federalistas auténticos. La fuerza de la calle no ha resultado ser la misma al trasladarse a la política institucional.

La Diada del 2017 se celebra en un nuevo contexto. Muchos de los que se manifestarán entienden que están viviendo la génesis de un nuevo estado y deberán ser conscientes de que no es lo mismo manifestarse contra un Estado que hacerlo en nombre de uno nuevo. El independentismo, especialmente en las redes y en algunos medios de comunicación, ha demostrado hasta ahora que cuanto más cerca está de llegar a ser mayoritario más le cuesta dejar de expresarse como una minoría oprimida. Y le incomoda sobremanera moverse allí donde no es hegemónico, como tradicionalmente le ha pasado al nacionalismo español. La Diada, pues, debería ser un toque de atención interno a los sectores más hiperventilados del mismo movimiento independentista. La presión que ejercieron en su día contra los dirigentesque durante décadas les hurtaban el voto para alimentar el victimismo o el procesismo ha llegado a su fin. Han dado el paso. Con los que simplemente defienden otras opciones políticas, el trato no puede ser el mismo. Las denuncia de las malas artes del actual Estado pueden servir para generar adhesiones para el nuevo pero nunca para justificar atropellos de ningún titpo, ni en el Parlament, ni en las calles ni, especialmente, en las redes. 

La Diada ha mostrado hasta ahora el mejor tono del independentismo, presionando al Estado pero no a los conciudadanos, mostrando determinación pero nunca violencia, ocupando las calles pero sin coaccionar. Confundir a los miembros de un hipotético nuevo estado que no lo ven claro con los dirigentes del régimen que se quiere superar es un error mayúsculosimilar a exigir el fin de la equidistancia al más puro estilo de Rajoy.