Los jueves, economía

Recuperación y deuda

El volumen de la deuda privada española es tal que hace irrelevante si crecemos o no unas décimas

Recuperación y deuda_MEDIA_1

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JOSEP Oliver Alonso

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Iniciado el curso político y económico, y publicados ya los resultados económicos del segundo trimestre, estos primeros días de septiembre aparecen como especialmente proclives a efectuar balances de lo que ha pasado, dónde estamos y hacia dónde se dirige nuestra economía. Lo sucedido en lo transcurrido del 2010 no ha estado tan mal: un crecimiento intertrimestral medio en los dos primeros trimestres del PIB del 0,15%, inferior al 0,39% italiano y al 0,40% francés y alejado del 1,3% alemán. En el mercado de trabajo, las cosas también han mejorado un tanto, de forma que entre abril y junio la ocupación aumentó un 0,4% sobre el primer trimestre (frente a la caída del -1,3% de los tres primeros meses del año). En el corto plazo, no obstante, estos positivos registros se verán negativamente contrarrestados por el alza del IVA y la disminución de la inversión y el gasto corriente de las administraciones públicas, que ahora comenzarán a dejarse sentir. En esta situación, el consenso entre los economistas del país apuesta por una moderada caída del PIB español en el 2010 (del -0,4%) y a un aumento, en el entorno de medio punto porcentual, para el 2011, lejos también de los registros que se postulan para Alemania o Francia.

Los agoreros cortoplacistas argumentarán que la debilidad de nuestro crecimiento es el reflejo de las políticas gubernamentales. Ojalá fuera así, y pudiéramos controlar el ciclo económico de forma más precisa. Pero, lastimosamente, las fuerzas que controlan nuestra economía están bastante alejadas de nuestra capacidad de intervención. No quiere ello decir que los gobiernos no hubieran podido evitar los estropicios de la crisis que padecemos. Pero para ello deberían haber actuado con anterioridad, cuando el crédito fluía, las rebajas fiscales estaban a la orden del día y la burbuja inmobiliaria aumentaba los ingresos fiscales. El tiempo del control, para mal de todos, ya pasó y ahora, como el expresidente de la Fed Alan Greenspan proponía, no queda más que corregir los estropicios generados, reducir los excesos de endeudamiento y tirar para adelante.

Y ahí es donde estamos nosotros, mal nos pese: con un exceso de deuda privada, y ahora también pública, que lastrará nuestra capacidad de crecimiento los próximos años. Esta situación no es específica de España. Es una constante que emerge de todas las crisis financieras que han azotado la economía mundial y sus principales países desde la Gran Depresión, como han demostrado Carmen Reinhart (Universidad de Maryland) y su marido Vincent Reinhart (Instituto Americano de la Empresa), en su contribución (After the fall, Después de la caída) a la reunión de banqueros centrales en el Jackson Hole celebrada a finales de agosto. En los diez años previos a una crisis financiera típica, el aumento medio del crédito al sector privado es de unos 38 puntos porcentuales del PIB, al tiempo que la deuda exterior también crece intensamente. Y, lo que es más importante para nuestro futuro, que la reducción de esta ratio deuda/PIB a valores previos al boom precisa, tras el estallido de la burbuja, de otros diez años. Lamentablemente, esta disminución no puede hacerse sin costes: en el periodo de ajuste posterior a las crisis financieras siempre ha implicado tasas de paro más elevadas y ritmos de crecimiento del PIB menores. Finalmente, la experiencia histórica disponible postula que cuanto más se tarda en efectuar ese proceso, más dilatadas y profundas son las consecuencias de la crisis.

¿Cuál es la situación de España en lo relativo a la deuda privada? No muy halagüeña. Y esto es lo que hace poco relevante el debate sobre si crecemos o no unas décimas. Aquí, el endeudamiento bancario del sector privado aumentó cerca de 90 puntos porcentuales sobre el PIB, desde el 76,7% en 1998 al 167,1% en el 2007, un avance que es prácticamente el doble de la media observada por los Reinhart, que se agrava si se toma en consideración que una notable porción de ese crédito se debe al resto del mundo. Además, el proceso de retorno de esa deuda todavía no ha comenzado: a finales del 2009 aquella se situaba en el 174,3% del PIB. En la generación de este desequilibrio, que nunca debiera haberse tolerado, son responsables tanto familias como empresas. Tanto unas como otras más que duplicaron su endeudamiento bancario en relación al PIB: las primeras, desde el 32,4% en 1998 al 74,9% en el 2007 y al 77,2% en el 2009; y las segundas, del 42,2% al 89,5% y al 94,1% en los mismos años.

Pase lo que pase con la recuperación, esta deuda está aquí y habrá que devolverla. Y hacerlo con un crecimiento de precios al consumo que en nada ayudará a su reducción. En esta tesitura, ¿qué hacer? Poco pueden aportar los gobiernos. Habrá que tragar saliva y efectuar el penoso desapalancamiento preciso, con lo que ello implica de descenso del nivel de vida, menor crecimiento y mayor paro. Es la única receta para salir de la crisis en el medio plazo. En el corto, no tomen demasiado en serio ni los avances del PIB ni sus posibles reducciones. Este no es nuestro verdadero problema.

*Catedrático de Economía Aplicada (UAB)