Pequeño observatorio

Te recuerdo, Bárbara, llovía...

JOSEP MARIA Espinàs

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Saliendo de visitar el Museo d'Orsay, en París, donde hay una muestra excepcional de pintura impresionista, se había hecho la hora de comer. Entré en uno de esos incontables establecimientos de la capital de Francia que tienen, indefectiblemente, un amplio toldo rojo en el exterior. Me tocó una de las pocas mesas libres, junto a la ocupada por una pareja. No recuerdo por qué motivo me contaron que eran de Bretaña. Nunca he estado allí, y lo lamento. No solo por los paisajes de esta amplia región que avanza entre el canal de la Mancha y el océano Atlántico, donde también hay, como en Galicia, un Finisterre.

Los bretones presentan diferencias raciales con los franceses y tienen lengua propia, el bretón. Su uso se ha ido reduciendo entre con el paso de los años, pero ahora se enseña en las escuelas y ocupa un pequeño papel en la radio y la televisión.

De Bretaña, y concretamente de la ciudad de Brest, tengo una imagen poética y musical, una canción que hace años llevo conmigo. Un poema de Prévert, tan mágicamente sencillo, me ha acompañado siempre con una emoción que me gustaría compartir con el lector.

«Recuérdalo, Bárbara, aquel día llovía sobre Brest sin parar, tú andabas sonriente, embelesada bajo la lluvia, lo recuerdo, Bárbara, llovía sin parar sobre Brest, y nos cruzamos, tú sonreías, yo sonreía, tú, que no te conocía, tú, que no me conocías, recuérdalo, Bárbara, al menos recuerda ese día, un hombre se protegía en unos soportales y gritó tu nombre, ¡Bárbara!, y corriste hacia él bajo la lluvia y te lanzaste a sus brazos, recuérdalo. Bárbara, no olvides esa lluvia amable y feliz... qué disparate, la guerra, qué te habrá pasado bajo esa lluvia de hierro, de fuego, de acero, de sangre, y ¿quien te abrazaba amorosamente ha muerto, ha desaparecido o todavía vive? Oh, Bárbara, llueve sobre Brest sin parar, como había llovido antes, pero ya no es lo mismo, todo se ha destruido, es una lluvia de duelo, terrible y desolada, todo se pudrirá lejos, muy lejos de Brest. Donde ya no queda nada».

Brest fue destruida por los bombardeos durante la segunda guerra mundial. Pero la figura del hombre guarecido y la chica que corría hacia él bajo la lluvia los veo desde que leí el poema, y pasan los años y no se me ha borrado la escena. Qué fuerza tiene el poeta cuando sabe darnos, con una inteligente sencillez, una imagen que el tiempo no puede borrar.

Yo no era el chico de los soportales, pero siempre he amado a esa Bárbara.