Europa y la crisis griega

Realismo y responsabilidad

Las actitudes ante la situación de Grecia varían según el barrio ideológico por el que se transita

ALBERT GARRIDO

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Se han dicho tantas cosas entre la desafortunada declaración del ministro alemán de Finanzas, Wolfang Schäuble, que lamentó que los griegos hubiesen elegido «un Gobierno que de momento se comporta de manera bastante irresponsable», hasta la amenaza, puede que reto o desafío, de Yanis Varoufakis a través del Corriere della Sera de convocar elecciones o acaso un referéndum sobre el euro si la UE no acepta las condiciones de Grecia para reestructurar su deuda, que la negociación político-económica de un principio se ha convertido en un jeroglífico indescifrable o un laberinto sin salida. Hay dos datos inamovibles, Grecia debe hacer frente al pago de la deuda y Grecia vive inmersa en una crisis humanitaria imposible de olvidar. Hay, asimismo, un número indeterminado de datos discutibles, creíbles, opinables o rechazables que se refieren a los periodos de pago, a los intereses, al crecimiento y a los costes sociales que entraña poner las cuentas al día. Y hay, por último, una discusión acerca de qué significa ser responsable en medio de la tempestad.

El debate sobre la responsabilidad es escurridizo y susceptible de dar pie a la demagogia. Pero también aquel que se refiere a la solidaridad, invocada por el Eurogrupo para subrayar las dimensiones de las dos operaciones de rescate y el derecho de los acreedores a recuperar lo adelantado, y citada por los gobernantes griegos para reclamar mesura y realismo a cuantos exigen cobrar en los plazos y condiciones fijadas. Se trata de dos debates intrascendentes para los tecnócratas que redactan las propuestas que hay sobre la mesa, pero que debiera movilizar a las mejores cabezas políticas para evitar que, de forma lastimosa, se haga realidad la ocurrencia del guionista de la película El paseante El paseantedel Champ de Mars, en la que un François Mitterrand ficticio pronostica que él es el último presidente de Francia y que quienes le sucedan solo serán contables.

Cuando se lee el libro de Tony Judt El peso de la responsabilidad, en particular el capítulo dedicado al socialista francés Léon Blum, la necesidad de la política, con su indispensable carga ideológica, aparece en toda su trascendencia para no convertir la economía en una herramienta que no atiende a otra cosa que a la frialdad de las cifras, cuyo manejo depende, claro, de la ideología del manejador o manejadores. «Si emocionaba a la gente no era por su carisma, en el sentido convencional -dice Judt de Blum-, sino por la fuerza de sus argumentos, la lógica y la profundidad de sus propias convicciones clara y convincentemente transmitidas incluso a la más hostil y ajena de las audiencias».

En el caso griego caso griegoconviene, además, acotar el alcance de la crisis para dilucidar si se aborda con contención o con la intención de actuar de forma ejemplar para prevenir futuros excesos. Porque la economía griega representa solo el 2% de la europea, la deuda es de 330.000 millones de euros, pero el país apenas tiene 11 millones de habitantes o, lo que es lo mismo, cada griego debe 30.000 euros. Una deuda de la que las familias más pudientes -las de los armadores- están exentas porque no pagan impuestos. A la vista de cifras tan expresivas, ¿son lógicas y profundas las convicciones de Bruselas transmitidas desde Berlín? ¿Tan lejos queda la referencia de Blum y la postración francesa de la primera mitad de los años 30 de la angustia vital griega de los dos rescates que pesan como una maldición? ¿Es posible ser realista y, al tiempo, no guardar el programa bajo siete llaves y rendir las naves a los guardianes de la ortodoxia económica, fundamentalistas de una doctrina que, hasta anteayer, prefirió la austeridad al crecimiento? ¿Es responsable oponer la movilización de las masas (Grecia) a la de los tecnócratas (la UE)? ¿Es responsable hacer lo contrario y desoír a una comunidad doliente?

Estas preguntas son inquietantes en igual medida para los europeos, en general, que para los griegos, en particular. Pero hay otra pregunta aún más inquietante: ¿qué Europa es esta que reconoce -qué remedio- la legitimidad del Gobierno griego, pero, acto seguido, le exige que se deslegitime con un repentino ataque de amnesia programática? Al establishment europeo siempre le cabe decir que el programa con el que Tsipras se presentó a las elecciones fue irresponsable por poco realista, mientras que los líderes de Syriza siempre pueden acogerse a que el programa que defienden es un ejercicio de realismo ante la envergadura de la tragedia. Lo que sucede es que no hay forma de saber qué es responsable, qué no lo es y qué es rendir las naves y claudicar. Y no hay forma de saberlo porque las actitudes responsables varían según el barrio ideológico por el que se transita, incluido el de la tecnocracia aparentemente neutra.