Un ratito con Rato

Fue en Madrid allá por el mes de febrero del 2008 cuando un buen amigo, sabedor de mi afición a la ópera, tuvo el detalle de invitarme al Teatro Real a una representación de La Gioconda, una excelente ópera de rasgos veristas cargada de intrigas, celos y muerte. Al llegar al entreacto mi amigo me condujo hasta uno de los privados a los que en Madrid tanta afición se tiene. En la capital no se es nada si no se posee la capacidad de traspasar la exclusiva línea de lo privadísimo.

Allí, entre copas, mi amigo me fue presentando a un sinfín de caballeros de corbatas coloreadas, que iban encajando mi mano según mi amigo los nombraba. Muchos apellidos saturados de preposiciones y artículos que me es imposible recordar, excepto de uno: Rodrigo Rato. Entonces ese señor ya no era ni director gerente del FMI ni vicepresidente económico del PP, pero lo había fichado La Caixa como presidente del consejo asesor de Criteria. Recuerdo muy bien que me saludó con tanta corrección como arrogancia. De inmediato quedamos cercados por un corrillo que se saludaba con esos espaldarazos, que en ningún lugar como en Madrid saben ejecutar con tanta sonoridad. Me escabullí para ir a los servicios. Mientras me aliviaba cara a la pared, me sorprendió la llegada de Rato que se situó en el urinario contiguo.

Con esa francachela capitalina, y mientras cada cual se sostenía lo propio, me preguntó si estaba actuando en la capital, asentí y mantuvimos unos escasos minutos de educada conversación acerca del primer acto de La Gioconda, hasta que nos despedimos en el lavamanos. Recuerdo que me deseó suerte y que yo le respondí con un «igualmente», que no me pareció necesario en una persona tan afortunada.

Me equivoqué. Quizá la suerte no la necesitara entonces, pero ahora, la necesita más que yo; por lo menos de momento.