Rancio no, lo siguiente

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RAMÓN DE ESPAÑA

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Pocos regalos se me antojan más necesarios en estas fiestas tan entrañables que los tres volúmenes de 'Ranciofacts', la saga de atrocidades contemporáneas que Pedro Vera publica semanalmente en 'El Jueves' y que recoge en forma de libro la editorial Astiberri, una de las más interesantes del precario mundo del cómic español.

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Pedro Vera es un dibujante murciano que ha hecho del cutrerío y la estupidez, tanto nacionales como internacionales, la razón de ser de su obra: donde haya un cenutrio, ahí estará el señor Vera para señalarlo con el dedo y reírse a su costa. Primero lo hizo a través de sus personajes Ortega y Pacheco, dos analfabetos orgullosos de serlo que protagonizaban unas breves pero intensas historias de dos páginas y que hasta cuentan con su propio grupo en Facebook, The Ortega & Pacheco Apreciation Society, al que me honro en pertenecer; y de un tiempo a esta parte, canaliza el horror y la fascinación que le producen las actitudes más deprimentes del género humano en sus Ranciofacts, cuyo tercer tomo ha visto la luz hace poco con el subtítulo de 'Rancio no, lo siguiente' y la imagen en portada de Bertín Osborne y Arévalo ( en la cubierta del primero, 'Efectiviwonder', había un gañán sin identificar, y en la del segundo, 'Mi puto cuñado', aparecía el periodista deportivo Roncero con un delantal en el que podía leerse la frase 'Soy español, ¿a qué quieres que te gane?').

Pedro Vera vive de la basura moral y para la basura moral, extrayendo de tan peculiar actitud una indudable satisfacción, como demuestran esas sesiones maratonianas de películas de Terence Hill y Bud Spencer que celebra en su domicilio y esa entrega absoluta al horror ético y estético que convierte en un juego de niños la vieja obsesión por la cultura basura del gran Miguel Gallardo. Su visión de las cosas es tronchante y, al mismo tiempo, descorazonadora. Por eso los Ranciofacts deben saborearse en pequeñas dosis: más de tres o cuatro historias diarias pueden sumir al lector en un estado un tanto depresivo, pues la sobredosis de tontería ingerida es de las que te dejan con la sonrisa congelada y ansiando un poco de sensatez y/o belleza, cualidades que no tienen cabida en el universo hilarante, aunque dañino, del señor Vera, genuino forense gráfico de nuestra putrefacción moral.

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