EL ATENTADO DE BARCELONA

La Rambla, un estado mental

La cualidad simbólica del paseo ya solo la conciben hoy quienes lo conocieron antaño

Una furgoneta arrolla a varias personas en la Rambla de Barcelona

Una furgoneta arrolla a varias personas en la Rambla de Barcelona / periodico

RAMÓN DE ESPAÑA

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El iluminado que subió la furgoneta a la Rambla para arrollar a todo el que se le pusiera por delante no lo hizo por el simbolismo de tan popular arteria, como han sugerido ya algunos biempensantes, sino porque es un sitio que siempre está lleno de gente y, por lo tanto, se presta para salvajadas con muertos. Lo malo es que para el barcelonés medio la Rambla también es, desde hace bastantes años, un sitio lleno de gente: la cualidad simbólica de la Rambla ya no está al alcance de todos y solo la conciben quienes la conocieron en los tiempos previos a la invasión turística que ha ido echando a los locales del que había sido su bulevar favorito y del que almacenan cierto conocimiento y más de una anécdota.

Si las cosas siguen como hasta ahora –tampoco vas a situar una especie de Checkpoint Charlie en Canaletes–, los niños barceloneses llegarán a adultos sin haber puesto los pies en la Rambla: ni a sus padres se les ocurrirá llevarles ni a ellos se les pasará la idea por la cabeza cuando sean responsables de sus actos. Adiós muy buenas, pues, al potencial simbólico de la Rambla como alma, corazón y entrepierna de Barcelona. De la misma manera que murieron los que se habían cruzado con 'la Monyos' y con 'el Sheriff', también la diñaremos los que recordábamos los tiempos de Ocaña y Nazario haciendo el ganso en la vía pública. Se acabarán las historias y las anécdotas de la Rambla por falta de material. 

La arteria ha formado parte de la educación sentimental de los barceloneses

Dentro de un tiempo, para la mayoría de los barceloneses la Rambla solo será un sitio lleno de gente por el que, en cierta ocasión, un yihadista majareta se dedicó a atropellar paseantes con su furgonetayihadista. Se habrá hecho entonces realidad la profecía de Jaume Sisa cuando cantaba aquello de "'Han tancat la Rambla, han fet fora tothom'". De hecho, en un sentido literal, eso es lo que ocurrió la otra tarde. Metafóricamente, la cosa ya había empezado a suceder poco después de los Juegos Olímpicos del 92.

Territorio prohibido

Y es una pena, ya que, hasta hace relativamente poco, la Rambla formaba parte de la educación sentimental de los barceloneses. Cuando tus padres consideraban que ya podías andar suelto por la calle, lo primero que hacías era cruzar la frontera mental de la plaza de Catalunya y echar a andar Rambla abajo como si te internaras en un territorio prohibido. Sabías que aquello estaba lleno de excéntricos, de chiflados, de artistas y de gente de mal vivir. Te habían dicho –puede que tu abuela– que lo que no vieras en la Rambla no lo verías en ningún otro lado. E intuías que cuanto más bajaras, más chusma y más cosas raras te cruzarías, recopilando recuerdos con los que volver a tu tranquilo hogar burgués del Eixample con cierta sensación de transgresión a cuestas. 

Reconócelo: pasaste gran parte de tu juventud en la Rambla y zonas aledañas (Zeleste estaba a un tiro de piedra). En la Rambla intentaban vender sus tebeos los dibujantes de 'El Rrollo Enmascarado'; y ante el Liceu, las hordas anarcoides inspiradas por Oriol Tramvia abucheaban a los cochinos burgueses que escuchaban a Verdi Wagner (o dormitaban con su música, nunca se sabe). Las terrazas eran caras y nada atractivas, pero te habías apalancado en ellas más de una vez, aunque luego tuvieras que aguantar los rebuznos de la María, aquella beoda desagradable a la que Nazario, no sabías muy bien por qué, tenía tanto aprecio.

La nostalgia y el futuro

La Rambla no servía únicamente de decorado canalla, sino que también permitía al jovenzuelo literario respirar una especie de aire del futuro, que tal vez fuese el de otra ciudad en la que te instalarías y serías feliz. En eso pensabas cuando llegabas a la estatua de Colón y, unos metros más allá, te sentabas en los escalones que iban a dar al mar. Qué fascinante se veía el futuro desde aquellos escalones, ¿verdad?

Nunca pudiste prever que la Rambla, tu Rambla, se convertiría en lo que ahora es y que, probablemente, es lo que debe ser en estos tiempos, con o sin yihadistas. De nada sirve la nostalgia cuando el futuro ya no es lo que era.