La recta final hacia el 1-O

Rajoy renuncia a convencer

El PP ha renunciado con su agresiva respuesta a ganar la batalla de la opinión pública catalana

Mariano Rajoy preside el Consejo de Ministros extraordinario.

Mariano Rajoy preside el Consejo de Ministros extraordinario. / periodico

MARÇAL SINTES

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Es una abuela nada politizada, se podría decir que todo lo contrario. Nacida en 1935, como en tantas otras casas catalanas, en la suya siempre se evitó hablar de la guerra civil. Durante el franquismo, los padres, ella y sus hermanos se acostumbraron a vivir sin preguntar. Las preguntas, la política, no llegarían hasta mucho más tarde, con sus hijos y, ahora, con los nietos.

La mujer, con una historia tan parecida a la de tantas otras mujeres –y hombres– de este país, hace unos días le decía a su hijo, sobrecogida: «Se ve que han llegado barcos al puerto de Barcelona cargados de 'nacionales'». El lapsus es afinadísimo. No me parece una exclamación nada banal, sino muy significativa, más aún porque viene de alguien que, como decía, vive la política desde una notable distancia, no en primera persona.

Resonancias franquistas

El tono del gobierno del PP al referirse a Catalunya y su actuación, así como de la justicia y las fuerzas policiales, resuena a franquismo. Presenta todos los tics del autoritarismo y muestra un desprecio indisimulable por las instituciones de Catalunya, así como por los ciudadanos y sus derechos más básicos. Lo mismo cabe decir, por ejemplo, sobre los intentos de vengar las manifestaciones rescatando de forma surrealista el delito de sedición, que va acompañado de palabras como «tumultuario» o «turba».

Las batallas que se han producido y que se producirán –también la del día 1– es probable que no desemboquen en resultados de 10 a 0, como soñaba Soraya Sáenz de Santamaría, una de las grandes responsables de que estemos donde estamos. Seguramente asistiremos a desenlaces no definitivos, ambiguos. Es por eso, y porque -gracias a dios- parece imposible, en el contexto europeo, que Rajoy lance el ejército contra Catalunya, el relato, la forma cómo se explican las cosas, es clave para ir ganando la partida y situarse en una posición de mayor fuerza que el adversario. Como ocurre en el ajedrez, normalmente es la suma de aciertos, y no un movimiento brillante y aislado, lo que acaba otorgando la victoria.

El principio de la derrota

Es por ello que el pasado miércoles día 20 el PP empezó a perder. Es más, incapaz de rectificar, es esperable una huida hacia delante, una intensificación de la represión que acabará, si la sociedad catalana es capaz de plantar cara sin perder los nervios y –muy importante– sin violencia, llevándolo al fracaso.

Hasta entonces Rajoy había conseguido, auxiliado por la potente armada mediática española, más o menos resistir en la batalla por el relato. ¿Cómo? Pasando de solo escudarse en la ley y la Constitución a disputar con el soberanismo la idea de democracia.

Rajoy defendía la democracia. Puigdemont defendía la democracia. Con sus actos de la semana pasada el gobierno español abandonaba a los catalanes que no quieren la independencia y renunciaba de forma muy clara a convencer al resto. Hoy, para una inmensa mayoría -muchos más que antes- los demócratas son en realidad los que se defienden de la fuerza bruta que el gobierno del PP está aplicando contra Catalunya. La indiferencia y la equidistancia aparecen ahora como una farsa inmoral.

Es tan sencillo que todo el mundo puede darse cuenta. Vuelven los 'nacionales'. Lo ven sin mucho esfuerzo desde la lejana Islandia, donde la televisión pública se remitía a «la sombra de Franco» para informar de la situación que está sufriendo Catalunya. Los referentes políticos, civiles, mediáticos del soberanismo y el independentismo son conscientes de ello, y no solo han continuado levantando, con razón, la bandera de la democracia, sino que han conectado los métodos de Rajoy con el franquismo para explotar la disyuntiva «Rajoy o democracia». Así, el presidente Puigdemont acusaba a Rajoy de ser «el guardián de la tumba» de Franco. En este sentido, es significativa la inmensa pancarta que colgó el Ayuntamiento de Barcelona: «Más democracia». El PSC, el PP y Ciutadans -a pesar de su impostura de supuestos liberales- rechazaron el lema de la pancarta.

El PP con su agresiva respuesta renunciaba a la batalla de la opinión pública catalana y, en buena parte, internacional. La impresión es que el gobierno español ha decidido que puede permitirse ese precio. Mi interrogante es si todo ello no le pasará una onerosa factura también en la arena política española. Es evidente que en el conflicto catalán Podemos ve, también, la oportunidad de cambiar el 'estatu quo' de 1978, e intentará descabalgar a Rajoy. ¿Y el PSOE? ¿Continuará haciendo de muleta del PP, o tendrá el valor para abordar una profunda reforma de un sistema político, el español, que ha quedado obsoleto y que evidencia alarmantes patologías?