ANÁLISIS

Trump tiene un amigo en Manila

El presidente de EEUU ha invitado a Duterte a la Casa Blanca y ha reconocido que su política de ir matando a todo lo que le molesta no le parece tan mal

Philippine President Rodrigo Duterte salutes with other military officers during a anniversary celebration of the Armed Forces at a military camp in Quezon city

Philippine President Rodrigo Duterte salutes with other military officers during a anniversary celebration of the Armed Forces at a military camp in Quezon city / EDC/PB /XG

RAFAEL VILASANJUAN

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Rodrigo Duterte prometió que si alcanzaba la presidencia de Filipinas iba a limpiar el país de la lacra de la droga, si hacía falta ejecutando él mismo a cualquier sospechoso. Un año después de llegar al poder su plan le ha hecho famoso tanto como le ha aislado del mundo. Con más de 7.000 muertos, el camino para librar batalla a la droga se anuncia mas largo de lo que él intuía, pero no menos sangriento. Aunque ganó democráticamente, su apuesta por las ejecuciones extrajudiciales, sin certeza ni más garantía que un disparo a bocajarro a la luz de la sospecha, devuelve a Filipinas al recuerdo tumultuoso de la dictadura de Marcos, más que al desarrollo de una de las pocas democracias del Sudeste Asiático.

Duterte no venía de la élite política de Manila, por eso ganó. Venía de un ayuntamiento pequeño en la isla de Mindanao, en el sur del país, donde su política de mano dura permitió combatir guerrillas y traficantes, creando sensación de orden en una zona especialmente convulsa. Pero lo que funcionó en su ciudad tiene mas difícil recorrido en un país de mas de 7.000 islas y 100 millones de habitantes, donde la policía con licencia para matar se ceba con los niños de la calle convirtiendo un asunto malo en algo peor. No solo las organizaciones de derechos humanos denuncian sus prácticas. A pesar de las turbulencias, Filipinas ha desarrollado una oposición, cierta división de poderes que es capaz de cuestionar las prácticas del presidente y una sociedad civil incipiente que presiona. Pero nada de eso ha podido frenar de momento el instinto criminal de Duterte. Despreciando a todos los que le acusan, desde la amenaza de salir de Naciones Unidas a insultar a Barack Obama, con sus provocaciones ha conseguido hueco en los medios internacionales, donde no pierde oportunidad para denostar cualquier crítica.

ENCUENTRO DE DOS POPULISMOS

Obsesionado con la droga y otros vicios como el alcohol o el tabaco, ha abandonado otras políticas que tenían que desarrollar el país, desde la propuesta de un estado federal a las promesas sociales para sacar de la marginación a la población musulmana, que se concentra precisamente en Mindanao, la isla del presidente, donde ahora se ha colado el Estado Islámico. Presionados en Siria e Irak, los radicales islámicos están trasladando efectivos, reclutando y atacando para crear una provincia del califato en Mindanao y expandirse por la región del mundo donde hay más musulmanes.

Sorprendentemente, en el camino hacia el abismo de un nuevo estado fallido y con el rechazo de la comunidad internacional, Duterte, que este viernes cumple su primer año al frente de Filipinas, ha encontrado el final de su soledad. Donald Trump ha invitado al presidente filipino a la Casa Blanca y ha reconocido que su política de ir matando a todo lo que le molesta no le parece tan mal. En el desprecio al adversario se parecen y cuando dos populismos se encuentran, avanzan por senderos peligrosos. No sabemos si acabarán entendiéndose, pero Trump ha encontrado un amigo en Manila.