Análisis

Líderes del regreso al pasado

Lo que asusta del informe anual de Amnistía Internacional es no saber hacia dónde nos está dirigiendo una lista cada vez mayor de gobiernos temerosos

Un joven refugiado rohingya lleva a cuestas un hombre mayor en una zona cercana al lado bangladesí de la frontera con Birmania, tras cruzar el río Naf, el 17 de octubre.

Un joven refugiado rohingya lleva a cuestas un hombre mayor en una zona cercana al lado bangladesí de la frontera con Birmania, tras cruzar el río Naf, el 17 de octubre. / periodico

Rafael Vilasanjuan

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Volvemos al pasado. No lo digo yo, lo dice el último informe de Amnistía Internacional, un clásico que anualmente acaba recuperando la conciencia que callamos. Este año es especialmente duro, regresamos a un pasado donde los derechos humanos –individuales y colectivos– están en retroceso y amenazan en algunos países con volver a tiempos donde no eran evidentes. Todos sabemos que eso seguía siendo así en lugares de conflicto, en dictaduras y regímenes autocráticos, la diferencia es que ahora parece que han entrado en regresión global.

Era previsible, nada más amargo que la situación de la etnia rohinyá en Myanmar. Aun con un régimen pretendidamente democrático, la antigua Birmania sigue a fuego lento con el genocidio de esta minoría musulmana a la que no reconoce sus derechos de ciudadanía y mantiene confinada en campos o la expulsa del país. Casi un millón de rohinyás han tenido que huir a la vecina Bangladés, como consecuencia de la persecución de milicias y ejército, de las violaciones masivas de sus mujeres y niños, y del acoso permanente a esta comunidad sobre la que arrojan todo el odio de un país con el fin de hacerlos desaparecer ¿Cuantas veces hemos dicho que nunca más un genocidio? Parece que aquellos gritos de angustia del Holocausto en Europa o de la masacre tutsi en Ruanda han quedado solo en consignas para calmar conciencias. Porque lo que está ocurriendo con los rohinyás es muy similar a todo aquello que dijimos que no volveríamos a permitir jamás.

El poder y el ego

Como en Myanmar, en Siria o en Yemen. ¿Cuánto tiempo dejaremos pasar atrocidades antes de intervenir? La pregunta que Amnistía se hace no parece tener respuesta en una agenda global donde los derechos humanos avanzan peligrosamente hacia el pasado. Tal vez sea eso lo más novedoso del informe de este año. Mientras que algunas de sus destacadas figuras eran tan previsibles como Rodrigo Duterte en Filipinas, el ruso Vladimir Putin o el venezolano Nicolás Maduro, en la nómina de figuras que no distinguen entre el poder y el ego entran actores tan relevantes como el presidente Donald Trump, ejemplo de negligencia hacia todos aquellos colectivos como las mujeres y las niñas, los inmigrantes, los negros, los latinos o los refugiados, a los que solo concede derechos residuales, por no estar tocados con la varita de ser blancos y ricos como él. No está solo. En la lista de países democráticos en regresión de derechos, España tampoco sale muy bien parada por la negligencia con los refugiados, el empleo de una “fuerza excesiva” contra los manifestantes del 1-O y una 'ley mordaza' que equipara a blogueros con terroristas, a pesar de que su única arma sea la palabra.

Aunque frente al retroceso reconforta que surjan movimientos fuertes y activos como #MeToo, del sentido marginal del informe lo que asusta es no saber hacia dónde nos está dirigiendo una lista cada vez mayor de gobiernos temerosos y líderes del regreso. Tal vez el mundo que define no sea mucho peor, pero la tendencia no es buena.