Estrategias tras la moción de censura

'Quo vadis', Albert Rivera

La difícil ecuación del líder de Cs es seducir a mucha derecha sin favorecer que Pedro Sánchez le robe electores por el centro

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / periodico

Joan Tapia

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Albert Rivera, político combativo, salió de las últimas elecciones satisfecho -había pasado de la nada a cuarto grupo parlamentario- pero no contento. Sacó menos diputados de los esperados y previstos por las encuestas de Metroscopia. Pero tenía cartas. Podía condicionar a Rajoy mientras la corrupción desgastaba al PP y -tras el éxito de Arrimadas en Catalunya los sondeos le volvían a sonreír- luchar por ser el primer partido tras las siguientes elecciones. Con un PSOE invernado y Pedro Sánchez fuera del parlamento, Cs era el cambio razonable.

Pero de repente todo se truncó, Sánchez, no menos combativo, presentó la moción de censura de la Gürtel y la ganó. Rivera no solo votó en contra, pese a querer ser el adalid de la lucha contra la corrupción, sino que cortó con Sánchez y quiso forzar el adelanto electoral. No le convenía que las municipales fueran las primeras porque, a nivel local y autonómico, el PP tiene más infraestructura. Y lanzó contra Sánchez el misil de la tesis doctoral. ¡A por él!

Pero el CIS tiene más crédito que Metroscopia, Sánchez ha resistido pactando con Podemos (no sin riesgos), y Rivera ha quedado pegado al PP exigiendo elecciones, diciendo que los presupuestos son un desastre (no es la opinión de Isidre Fainé ni de José Antonio Álvarez, consejero delegado del Banco Santander) y bloqueando la reforma de la ley de estabilidad presupuestaria de Montoro que da poder total al Senado en el techo de gasto, como en ninguna otra ley. Y sobre todo exigiendo la aplicación con urgencia de otro 155 en Catalunya.  

Tras el éxito de Arrimadas en Catalunya y acusando al PSOE de pactar con golpistas, quiere penetrar en el electorado clásico del PP

Así, predica que Sánchez pacta con los independentistas en las cárceles a través de Junqueras y que la economía ya corre hacia el pedregal. Por precipitación renunció al papel de bisagra y a condicionar a Sánchez y se ha encontrado prisionero de una estrategia catastrofista en la que Casado -apoyado por Aznar, que cuando Rajoy mandaba le regalaba elogios- tiene muchas menos manías. Encima, Sánchez remacha el clavo diciendo que Casado y Rivera son lo mismo. Peleando por el electorado de la derecha-derecha arriesgaba no ganar ante Casado -una mezcla de Aznar, Trump y de derechismo desacomplejado- y asustar al electorado de centro, donde nació como partido español en el 2015.

De ahí, el medio giro de Rivera los últimos días, en el inicio de la campaña andaluza, al dejar de bloquear (solo en parte) la reforma de la ley de estabilidad y al permitir -separándose del PP- la tramitación de algunas leyes. Casado ha reaccionado con su contundencia habitual acusando a Rivera de ser parte de la izquierda. Y con este déficit de 'finezza' ha asombrado todavía más al personal.

Rivera va a seguir desmarcándose de Casado pero sin dejar de cultivar el nacionalismo español. Esta semana ha vuelto a exigir el 155 y ha querido que Sánchez se comprometiera a no indultar nunca, nunca, a los “golpistas”.

Rivera, que intenta quedar por delante del PP en las elecciones andaluzas del 2 de diciembre, no puede quedar prisionero de Casado, debilitado ahora además porque Cospedal fue clave para que ganara las primarias del PP. Y como prenda ante el electorado de derecha-derecha no va a dar tregua a Sánchez y -amparado por el indiscutible éxito de Cs y el fracaso del PP en las últimas elecciones catalanas- va a presentarse como la mejor garantía para la unidad nacional.

¿Es la correcta esta política para volver a seducir al electorado de centro? Está por ver. En el eje izquierda-derecha, donde el 1 es la extrema izquierda y el 10 la extrema derecha, los españoles se sitúan en todas las encuestas en un centro-izquierda muy prudente (4,59). El gran problema del PP es que desde siempre (Rajoy no supo o corregirlo) los españoles colocan al PP cerca de la extrema derecha, algo por encima del 8, mientras el PSOE (4,29) solo está un poquito a la izquierda de la media. Por eso para que gane el PP tiene que haber mucho miedo económico, elevada crispación o un fracaso estrepitoso del PSOE.

La ventana de oportunidad de C¿s era que estaba mucho más cerca del centro que el PP, en el 5 a primeros del 2015, por lo que podía ganar con más facilidad. Pero su imagen se ha ido corriendo a la derecha y en el último Cis ha dado un saltito y está ya en el 7,25, más lejos del centro.

Rivera es un político ambicioso y avispado que en Catalunya ha logrado crecer de 3 a 36 escaños entre el 2006 y el 2017. Persigue la difícil ecuación de seducir a mucha derecha sin perder el centro, pero su deriva desde la moción no facilita el objetivo. ¿Sabrá recolocarse?