Opinión | IDEAS

Miqui Otero

Escritor

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El último quiosco del planeta Tierra

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zentauroepp38142287 badalona barcelones 22 04 2017 icult compra del lib171206130309 / JOAN PUIG

Aunque en la gran mayoría de quioscos no se venden novelas, sí se encuentran historias.

Algunas, como sucede con las botellas de cava, requieren de alguna excusa para ser destapadas. Y a veces esa excusa es triste: cierra, después de 30 años abierto, el quiosco de la facultad de Ciencias de la Comunicación de la UAB. Incluso asumiendo la crisis del papel y del papel del periodista, que el lugar donde se forman profesionales de la prensa carezca de un sitio así me parece cuanto menos vanguardista.

Allí he comprado, primero como alumno y ahora como profesor, diarios en los que creía y de los que desconfío, 'Compactos' de Anagrama que he subrayado para regalar, bolsas de pipas que han cuarteado labios torpes. Allí uno se armaba con un 'Le Monde Diplomatique' o un 'Ruta 66' o un 'Jueves' como quien elige prenda de ropa según con quién haya quedado o quién quiera ser.

Un quiosco cerrado (un 15% del total en España en los últimos cuatro años) lleva a otro que querrías abierto. Los quioscos son ese sitio donde se puede consultar la fecha, donde se paga con monedas (lo que se compra es barato por mucho valor que tenga), donde los políticos caen y las copas se alzan, donde los vendedores son alienígenas que tienen los puños de colores. Eso pensaba yo de pequeño, hasta que me di cuenta de que eran los mitones o guantes rojos o amarillos o azules que usaban los quiosqueros cuando hacía frío. Porque los quioscos se encuentran en la calle: en unos pasa la vida y en la otra la vida pasa.

Los quioscos son ese sitio donde se puede consultar la fecha, se paga con monedas, los políticos caen y las copas se alzan

Como aquel donde compré una 'Interviu' a los 13 años con un amigo del básquet (seré justo: la compró él, porque jugaba de pívot y aparentaba 15): "Todas las fotos de Claudia Schiffer". Llevábamos tiempo abrigando sueños concupiscentes con ese número, pero, en cuanto lo tuvimos en nuestras manos, escuchamos a nuestra espalda: "No os giréis y caminad con nosotros". ¿Sería el FBI alertado por nuestras madres? Dos tipos nos llevaron a punta de navaja a un portal, en el que saludaron a los técnicos del ascensor ("jefes, aquí, levantando el país"), para subirnos por la escalera hasta el ático: allí yo fingí que tenía un pie (aún) más pequeño para no perder mis Reebok the Pump (esas bambas eran el futuro), pero perdí la camiseta y también la calderilla ("dame ese duro, para un chicle de fresa ácida"). Me arrebataron también la revista y lo encajé como si me levantaran a un primer amor, pero en un rapto de genialidad intrépida, un gesto Stockton que los ojos de los atracadores no captaron, mi amigo había tirado su ejemplar a una papelera frente al quiosco de Gran Via con Urgell. Nos obligaron a dar cinco vueltas a la manzana (yo en 'top less') antes de irnos a casa y cuando las completamos religiosamente, fuimos a la papelera del quiosco y la revista, orquídea en acequia y diamante en la basura, seguía allí. Nos repartimos página a página como buenos hermanos.

Quizá clicando tuits uno pueda vivir aventuras similares. Quizá la compra en Amazon depare cuitas alucinantes (¡me pillé unas cápsulas de Nespresso erróneas y las pude devolver!). Quizá la arcadia sea un lugar donde todas las tiendas, hasta las churrerías, vendan solo fundas de móvil. Quizá sea solo nostalgia. De hecho, quizá la nostalgia (íntima, incluso colectiva o política) es echar de menos cuando te atracaban en un quiosco.