A quién le importa el PSC

Iceta sabe que la recuperación de la credibilidad pasa por el reconocimiento del derecho a decidir

Miquel Iceta y Pedro Sánchez, en un encuentro con cargos electos del PSC.

Miquel Iceta y Pedro Sánchez, en un encuentro con cargos electos del PSC.

JORDI MERCADER

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El PSC ha apostado últimamente con éxito a la derrota electoral, estabilizándose en torno al medio millón de votos: suficientes para sobrevivir, pocos para mantener cierta influencia en el PSOE y escasos para tener relevancia en el Parlament, agravada esta por la alineación incondicional de su grupo parlamentario con la oposición absoluta al soberanismo. En estas circunstancias, no debe sorprender la obsesión de los socialistas catalanes por recuperar su protagonismo político nacional. El enemigo para lograr este objetivo, conseguido en parte en el ámbito municipal, lo tienen en casa: demasiados dirigentes han preferido instalarse en la marginación antes que aceptar un error en los planteamientos que les han llevado a la ruina política. El episodio de la vía canadiense debe situarse en este escenario.

Miguel Iceta tenía preparado desde finales del pasado año un documento paliativo de la intransigencia soberanista exhibida por su partido en los últimos tiempos. Redactado por reconocidos defensores del discurso más catalanista, dormía en un cajón a la espera de una oportunidad. De repente, el texto, pensado como una declaración, se convirtió en ponencia política del próximo congreso, con el único añadido de la referencia a la vía canadiense. ¿Se trató de una improvisación; de una maniobra de tanteo ante la debilitada dirección del PSOE; de un movimiento táctico del primer secretario preparando la disputa del cargo a la alcaldesa de Santa Coloma, Núria Parlon, abierta al referéndum; o de un aviso a los inmovilistas anunciando una voluntad firme de cambio en materia nacional?

EJERCICIO DE TANTEO Y RECUENTO DE FUERZAS

La experiencia del primer secretario del PSC aconseja descartar el simple error en el lanzamiento de la idea, seguida de la renuncia a defenderla en el consejo nacional. Más bien se intuye un ejercicio de tanteo y recuento de fuerzas. El reducido núcleo de dirección de Iceta habría llegado a la conclusión del sinsentido de seguir en la actual tendencia: perder diputados en cada convocatoria, mantenerse alineados con el frente del 'no a todo' y caer en la invisibilidad política, una situación difícil de soportar para un partido que gobernó Catalunya.

Iceta sabe perfectamente por dónde pasa la recuperación de la credibilidad y el peso político en el mapa electoral catalán: por el reconocimiento del derecho a votar de los catalanes. Como mínimo, por una formulación del derecho a decidir como instrumento imprescindible para poder decidir y defender su no a la independencia. Con esta posición se alejaría del bloque estrictamente negacionista y se acercaría a la nueva izquierda soberanista de los comuns. Pero, ¿tiene Miquel Iceta fuerza para realizar un movimiento tan contrario a la ortodoxia del PSOE y a la praxis de su propio partido en los últimos años? Y, además, más de uno se preguntará, razonablemente, ¿a quién importa a estas alturas lo que vaya a hacer el PSC?

Aunque pueda parecer que ya no interesa a nadie la posición del PSC, ni tal vez su futuro como partido, no es necesario un gran esfuerzo para descubrir lo erróneo de las apariencias. La recuperación de los tradicionales postulados nacionales es de gran interés para los socialistas catalanes de siempre, los que un día construyeron un proyecto mayoritario y hoy deambulan por campamentos provisionales y para quienes votaron reiteradamente al PSC original. También lo debería ser para los actuales votantes y militantes, especialmente para quienes viven con incomodidad el permanente fuera de juego de su partido. Y tendría sus efectos prácticos para cuando Catalunya pueda plantearse una mayoría de izquierdas sea de la mano de ERC o de Ada Colau o todos juntos.

LA LÍNEA ROJA DEL PRINCIPIO DEMOCRÁTICO

Un PSC reincorporado al círculo del nuevo catalanismo político, delimitado por la línea roja del principio democrático, con sus múltiples variantes políticas y jurídicas para un ejercicio eficaz del mismo, abriría horizontes en la creación de mayorías sociales y parlamentarias. Incluso para el PSOE, atrapado por la desorientación ante el reiterativo fracaso electoral y una aritmética parlamentaria muy adversa, podría ser positiva la experimentación de pactos con fuerzas independentistas, a partir de la aceptación de que lo relevante para llegar a acuerdos no es el carácter independentista del interlocutor, un propósito muy legal, sino su respeto a la legalidad democrática.

La creación de una zona de grises entre el blanco y el negro promovidos a conciencia por los adversarios irreconciliables puede ser una tarea fuera del alcance para el actual PSC, caracterizado por la dificultad para autoregenerarse política y generacionalmente. No hay que descartar esta hipótesis. Del movimiento 'québécois' de Iceta solo puede aventurarse que no todos en su partido parecen resignados a la invisibilidad.