Opinión | EL ARTÍCULO Y LA ARTÍCULA

Juan Carlos Ortega

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Mi amigo Pablo acaba de comprarse un teléfono y está contento a rabiar. Se pasa las horas instalándole nuevas aplicaciones y explorando su potencial. A cada instante lo saca de su bolsillo y lo mira embobado, porque sabe que es su tesoro y le genera mucha felicidad tenerlo entre las manos.

Pero algo le pasó ayer y está muy preocupado. Quiso grabar el mensaje de bienvenida en su buzón de voz, se aclaró la garganta y registró las siguiente palabras: «Hola, soy Pablo, deja tu mensaje». Pulsó almohadilla para confirmar, miro su móvil ilusionado y lo guardó nuevamente en el bolsillo.

Al momento, según me ha contado, volvió a sacarlo, borró lo grabado y probó con un mensaje más adecuado. Se dijo a sí mismo que la presentación: «Hola, soy Pablo» se quedaba corta, porque obviamente hay muchos Pablos en el mundo. Así que grabó: «Hola, Soy Pablo Martínez Damiá, deja tu mensaje».

Algo más satisfecho, miró su teléfono, pero seguía sin tenerlas todas consigo. Vio claramente que él no era solo un nombre y dos apellidos, sino mucho más: un ser humano con sus ilusiones, sus miedos, sus aficiones y su visión del mundo.

Decidido a precisar mejor quién era, entró en las opciones de su teléfono y grabó lo siguiente: «Hola, soy Pablo Martínez Damiá, 32 años, padre de dos hijas. Soy de izquierdas, pero cada vez menos. Deja tu mensaje».

En esta ocasión, no tardó tanto en darse cuenta de que esa nueva definición resultaba ser tan imprecisa como las anteriores. Lo vio con claridad justo al pulsar la almohadilla en la pantalla táctil. Impaciente por dejar claro quién era en realidad, grabó entonces: «Hola, soy Pablo Martínez Damiá, 32 años, padre de dos hijas. De niño era bastante solitario. Me gustaba aprender matemáticas y coleccionar cromos de la Liga de fútbol. A los 11 me enamoré de una niña llamada Ana, que tenía los ojos de un marrón muy claro. Deja tu mensaje».

Si quieren conocer de verdad a mi amigo Pablo, no hablen con él. 
Llámenlo por la noche, cuando tenga el teléfono apagado y escuchen

Eso le gustó más. Sintió que ahora ese mensaje expresaba realmente lo que era. Pero, como habrán ya adivinado, mi amigo no se conformó con eso. Llamó al trabajo y mintió diciendo que tenía fiebre, que había pasado muy mala noche, para poder quedarse en casa escribiendo, antes de grabar, el audio que todos escucharían cuando quisieran dejarle un mensaje.

Encendió su ordenador y empezó a escribir: «Hola, soy Pablo». Con nervios, pero muy feliz, fue tecleando su vida entera. «Ana nunca me hizo caso, aunque le escribí poemas diciéndole lo preciosos que eran sus ojos». Habló de sus primeras lecturas, de una vez que robó 'tigretones' en un supermercado y de una caída tonta que tuvo con la bici a los 14 años. Lo contó todo, incluyendo su visión del mundo y del universo, y finalizó diciendo: «Creo que nunca entenderemos el Gran Misterio del Cosmos, pero eso no quiere decir que crea en un Dios personal. Soy, de algún modo, panteísta, como <strong>Spinoza</strong>. Deja tu mensaje».

Pablo pasó cuatro horas grabando el audio en su teléfono. Por suerte, su móvil fue tan comprensivo que le dejó grabar durante todo ese tiempo, sin la fea señal indicándole que el tiempo límite había concluido.

Si quieren conocer realmente a mi amigo, no hablen nunca con él. Jamás.  Llámenlo por la noche, cuando tenga el teléfono apagado, y escuchen.