La rueda

¿Quién es castellano?

La aparición de Súmate y de Gabriel Rufián reaviva el prejuicio que une la lengua con la ideología de quien la emplea

NAJAT EL HACHMI

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¿Qué debe ser hoy un castellanoparlante en Catalunya? ¿Quién se puede definir como tal? ¿Qué requisitos cumplen los que pueden adscribirse a esta nueva categoría política dentro del independentismo? La pregunta puede parecer absurda pero no lo es. Un castellanoparlante es quien habla castellano, dirán, pero en Catalunya lo es casi todo el mundo.

¿Quién debe sentirse formando parte de este colectivo? ¿Los que hablan la lengua de Cervantes en casa? ¿Los que lo hacen con sus padres o solo con uno de sus progenitores? ¿Los que lo hacen con su pareja o con sus hijos? ¿Y si alguien como yo, por ejemplo, habla una lengua con sus padres, una con sus hermanos y una tercera con sus hijos? ¿Se puede considerar castellanoparlante a alguien que, pese a tener esta lengua como familiar, ha ido a la escuela en catalán y por tanto domina ambos idiomas? ¿Los que tenemos el catalán como lengua habitual, nos podemos considerar castellanoparlantes si usamos con frecuencia este otro idioma? En todo caso, ¿a que obedece ahora esta necesidad de hacer distinciones entre independentistas? ¿Tendremos que hacer todo de subgrupos del tipo amazigparlantes, angloparlantes, urduparlantes y hasta las más de 200 lenguas con presencia en Catalunya?

Puedo entender que la aparición de Súmate o Gabriel Rufián obedezca a la necesidad de hacer salir del armario a independentistas que no lo parecen a primera vista, pero este supuesto también parte del prejuicio que vincula la lengua con la ideología de quien la usa. Lluís Cabrera se ha hartado de denunciar que esta costumbre solo logra autodesignados representantes de supuestos colectivos a quien nadie ha votado. Porque, de hecho, la principal diferencia entre unos catalanes y otros es que hay muchos a los que no se les permite ejercer su derecho a voto.