No sé qué votar

Gabriel Rufián (ERC), Josep Antoni Duran Lleida (Unió), Jorge Fernández Díaz (PPC), Carme Chacón (PSC), Francesc Homs (Democràcia i Llibertat), Xavier Domènech (En Comú Podem) y Juan Carlos Girauta (C's), en el debate de TV-3.

Gabriel Rufián (ERC), Josep Antoni Duran Lleida (Unió), Jorge Fernández Díaz (PPC), Carme Chacón (PSC), Francesc Homs (Democràcia i Llibertat), Xavier Domènech (En Comú Podem) y Juan Carlos Girauta (C's), en el debate de TV-3. / CARLOS MONTAÑÉS

JOAN GUIRADO

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España celebra este domingo una nueva jornada electoral y yo aún no sé a quién votar. Dicen que son las elecciones más importantes y decisivas de la historia. Los primeros comicios generales posteriores al 15M, una fecha que ha revolucionado la historia y la sociedad española. Una movilización que se convirtió en un ejemplo edificante de democracia, de firme lucha cívica, de desobediencia pacífica. Un punto de encuentro y de respuesta a los que pedían que, quienes quisiesen cambiar las cosas, se involucraran directamente en el sistema. De ahí alguna de las nuevas fuerzas políticas que este domingo entraran en el Congreso de los Diputados.

El 15M significó la luz al final del túnel de los años de plomo, de los recortes sociales y de las tristes y nutridas colas del paro. Sin encomendarse a dios ni al diablo, el 15M demostró que era posible dar un puñetazo en la mesa y sacudirse la resignación y el miedo.

La distribución provincial de escaños penaliza a las grandes concentraciones metropolitanas y somete la relación general de fuerzas a la corrección mayoritaria de la ley Hondt. El sistema, protegido expresamente por el artículo 68 de la Constitución, fue un eficaz estabilizador de la Transición, pero hoy está estrangulando la legitimación del sistema. La actual España en crisis se rige por unos mecanismos de representación política que todavía responden a la lógica de la Guerra Fría, donde una de las prioridades fue impedir o dificultar el acceso de los partidos comunistas occidentales al poder por vía de las elecciones libres.

La legalización del Partido Comunista en España en 1977 les situó como tercera fuerza en planta provincial. Sobre esta base, se edificó el nuevo edificio democrático. La ruptura del bipartidismo obliga, por tanto, a un verdadero terremoto en la vida provincial. Y hay indicios de que ello puede producirse. Los sondeos lo indican. Los segundos podrían ser los terceros y los recién llegados empujan con fuerza y descaro, incluso pudiendo ser los primeros. El esquema del 1977-78 parece estarse rompiendo.

En todas las ciudades siempre hay un autobús que va del extrarradio al centro. Hay que saber cogerlo. De hecho, en los últimos meses ya hemos visto cómo en algunas ciudades algunos han sabido hacerlo. Han sido el catalizador del cambio en las grandes capitales españolas. Aquello que algunos predecían como el Apocalipsis no deja de ser hoy una normalidad. Personas que nunca se habían dedicado a la gestión institucional son ahora los máximos representantes de las principales ciudades del Estado. El extrarradio que, en tantas ocasiones, muchos han menospreciado, es hoy el centro del juego. Donde se puede ganar todo o perderlo. No den nada por seguro, es tiempo de nuevos actores.

La ira ciudadana derivada de la crisis y la increíble acumulación de escándalos de corrupción y la contestación generacional menos intensa que la de los años sesenta y setenta, puesto que la sociedad española, envejecida, ha perdido fuerza juvenil y la lenta cristalización de una 'nueva izquierda' con voluntad mayoritaria, después de más de treinta años de circulación por carreteras secundarias, cuando no comarcales, son la base que trenza lo que viviremos en los próximos meses.

La condensación de esos tres factores no era fácil, pero ha comenzado a producirse por razones en buena medida ajenas al talento y a la perspicacia de unos cuantos. Coraje, talento, perspicacia y paciencia, también paciencia, les harán falta en los próximos meses para no ser flor de una estación, ni víctimas del inevitable movimiento pendular de una sociedad irritada, en la que todavía hay mucho que perder.

La derecha española no ha sabido gestionar un momento de crisis. No ha construido un relato ético a la crisis, combinando su gestión técnica y económica, con una contraprestación cívica y moral. Ello exige una constante política de pactos y compromisos. No grandes y pomposos, difíciles de articular cuando se tiene mayoría, sino acuerdos parciales, apertura a los sectores sociales, territoriales y políticos que no se han sentido reconocidos en esa mayoría absoluta. En ausencia de una 'gran coalición', política de gran coalición.

La derecha gobernante, por el contrario, parece haber querido aprovechar para matar varios pájaros con poca munición. Ha reducido a mínimos el paradigma socialdemócrata, sin una gran contestación social. Ha querido dejar paralítico al PSOE por un largo período de tiempo. Ha sometido a gobiernos regionales a un verdadero estado de excepción financiera... Una política constantemente errónea pero efectiva para ellos. O parcialmente efectiva. Los objetivos primordiales parecen bastante conseguidos y, sin embargo, algo ha fallado. Ha fallado esa contraprestación cívica y moral a la que antes me refería. Esa ejemplaridad que reivindica el filósofo Javier Gomá Lanzón, autor de 'Ejemplaridad Pública', que debería ser el libro de cabecera de la derecha española moderna, europeísta, menos economicista y menos apagada a la mirada corta de las burguesías rentistas. Se ha actuado sobre la sociedad española como si esta fuese un cuerpo programado únicamente para consumir y gastar. Con un pragmatismo seco, sociológico y clásico. Sin gobierno de gran coalición era necesaria una política de gran coalición.

Con todo eso y el panorama político de Catalunya, me encuentro en una encrucijada donde no sé qué votar por primera vez en muchos años. Si es que tengo que votar, porque incluso he perdido la confianza con muchos de los que me he cruzado por el Congreso en los últimos cuatro años.

Me gustan los que desde la izquierda confían en los jóvenes. Y me irritan los que nos relegan a puestos secundarios o terciarios. Detesto los que, después de quedarse sin faena, buscan en el Congreso una silla para cuatro años. Y no confío en los que nos tratan como números. Descarto a los que no creen en la democracia de las urnas, también como solución de los problemas políticos y sentimentales. Esa es la base de nuestra democracia. Y tampoco me ilusionan los que hablan de un monotema, aunque tengan razón. Pero tampoco me generan muy buenas vibraciones los que nos prometen que lo conseguiremos todo. Porque la sociedad es muy compleja y desigual. Tengo una gran admiración por un par o tres de personas, pero no por lo que representan en la actualidad. Y siempre me había dicho que no votaría una cosa que ahora me cae simpática. Si por mi fuera, votaba a todos por igual para facilitar un gobierno de gran coalición, para una política de gran coalición.