Que vienen los datos...

Hasta ahora comprendíamos para anticipar. Ahora parece que pasamos a anticipar para comprender

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JORGE WAGENSBERG

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En la historia de la condición humana quizá se pueda hablar de tres grandes revoluciones: la revolución de la energía, la revolución de la materia y la revolución de la información. Son revoluciones dobles porque se presentan en dos tiempos, uno de arranque y otro de consagración. La revolución de la energía empieza con el 'Homo erectus' y el dominio del fuego, pero se despliega en el siglo XIX con los combustibles fósiles. La revolución de la materia empieza con la agricultura y la ganadería hace 10.000 años, para suministrar comida con excedentes, y culmina en pleno siglo XX con el diseño de nuevos materiales a la carta, materiales que no se dan espontáneamente en la naturaleza y que sirven para una gran diversidad de funciones. Y la revolución de la información empieza con el alfabeto hace 37 siglos y estalla a finales del pasado siglo con ordenadores cada vez más potentes y accesibles. Materia, energía e información, tres magnitudes que cualquier individuo vivo intercambia con el resto del mundo para seguir seguir vivo, tres cantidades que definen también la evolución de la humanidad como colectivo. Cada una de estas revoluciones ha supuesto un acelerón o un golpe de volante de la historia. Atendamos a lo que se nos viene encima.

RIADAS DE DATOS, REDES DE ALGORITMOS

El trabajo humano se ha diversificado tradicionalmente entre la agricultura, la industria y los servicios. En un tiempo casi todo el mundo estaba en la agricultura. Las máquinas sustituyeron a la musculatura y el grueso de la población pasó primero a la industria y, poco a poco, a los servicios. Pero la explosión de la información amenaza con jubilarnos de una vez por todas. Hace no mucho los bancos presumían del número de oficinas de su red como una medida de su proximidad y accesibilidad. Hoy hay cada vez menos oficinas y menos empleados trabajando en ellas porque casi todos los servicios se pueden hacer ya desde un cajero callejero o desde un ordenador doméstico. Todo son datos, riadas de datos, todo son algoritmos, redes de algoritmos. Yuval Harari avisa en su último libro Yuval Harari(Homo Deus, breve historia del mañana, Debate en español, Edicions 62 en catalán, 2016): el humanismo ha muerto, viva el dataísmo. Los algoritmos pronto superarán a los humanos en fiabilidad y precisión en cualquier servicio.

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¿Qué puede hacer un banco que no haga una ficción como Google? En muchos aspectos, los algoritmos me conoce mejor desde fuera que yo mismo desde dentro. En el ciberespacio se sabe perfectamente lo que leo y la música que escucho y, por lo tanto, alguien sabe también qué me gustaría seguir leyendo o seguir escuchando. Incluso se sabe qué pasajes me divierten y cuáles me aburren. La manipulación de toneladas de datos permite proyectar el pasado directamente hacia el futuro. Ni siquiera hace falta ya comprender la realidad, por lo menos en el sentido que hasta ahora dábamos al término comprender. El parte meteorológico se deduce con razonable precisión a partir de lo que acaba de ocurrir. Y la verdad es que el sistema funciona muy bien. Los tratamientos médicos se deducen cada vez más de estadísticas y análisis de millones de datos de pacientes en circunstancias bien diversas. Y la verdad es que el sistema también funciona muy bien (de ahí, en parte, la universal emoción que causó la noticia de la doble mastectomía en salud de Angelina Jolie).

INCOMPRENSIBLE POR INCOMPRESIBLE

Acabo de afirmar que ya no hace falta comprender la realidad para anticiparla. Es posible que el mismísimo método científico esté empezando a cambiar. En efecto, hasta hace poco comprender era sencillamente la mínima expresión de lo máximo compartido: observamos distintos aspectos de la realidad, tomamos buena nota de lo que todas esas observaciones tienen en común, y eso es lo que llamamos comprensión, una comprensión lista para cualquier otro aspecto de la realidad. Ahora tendemos a llamar comprender a cualquier algoritmo que estire el pasado hacia el futuro. Luego, si la cosa funciona, ya buscaremos una nueva inteligibilidad. Hasta ahora comprendíamos para anticipar. Ahora parece que pasamos a anticipar para comprender. En matemáticas ya existe una teoría preparada para arropar esta nueva visión. Es la llamada teoría de Chaitin-Kolmogorov, y de ella se puede extraer una nueva definición: la comprensión de una serie de datos es el mínimo algoritmo capaz de reproducirlos. Si resulta que tal algoritmo pesa igual que los datos, entonces la realidad es incomprensible (de comprender) por incompresible (de comprimir).