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¿Qué ves en esta viñeta de 'The New Yorker'?

Twitter rescata una portada de la revista, que podría explicar muchas más cosas de las que parece

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Miqui Otero

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La revista literaria 'The New Yorker' publicó hace diez años una viñeta en portada. Lo que sus lectores vieron en ella fue: un esforzado librero independiente cierra la puerta de su comercio y, justo en ese instante, cruza la mirada con su vecina, que lo observa con cierta pena, no exenta de culpa, porque está recibiendo un paquete de libros a manos de un repartidor de Amazon.

Así se leyó entonces, como una alerta de cómo el gigante tecnológico se zamparía a las librerías independientes, a sus libreros prescriptores, al comercio que diversifica un barrio y lo mantiene vivo.

Diez años después, Twitter ha rescatado esa imagen y la ha convertido en meme, resignificando la viñeta de mil formas distintas mediante fotomontajes: el librero vende Cruzcampo con ofertas 2 por 1 y la vecina le es infiel comprando 'packs' de Estrella Galicia por internet; Pérez Reverte interfiere increpando a la señora; el señor farfulla: "Este tampoco te lo vas a leer".

La viñeta podría atrapar otras muchas historias. La cara de angustia, casi de súplica muda, de la vecina se podría deber a que, como en las películas de cine negro, alguien la encañona por la espalda desde dentro de su vivienda. O a que lleva una tobillera geolocalizadora (no vemos su pie izquierdo) porque está en arresto domiciliario después de salir de prisión en libertad condicional por una condena injusta. El tipo, por su parte, podría estar batallando con el ojo de la cerradura porque en realidad va borracho (bebe mucho desde el divorcio) y esa librería no es su casa. O porque ha decidido atracarla después de que se le acabara el paro hace año y medio. La librería en sí podría vender solo (no alcanzamos a ver los títulos del escaparate) tomos de dianética ciencióloga o de ideología nacionalsocialista. Por último, nadie repara en el repartidor, que el dibujante ha querido disfrazar, de modo algo humillante, con un uniforme de boy scout talludito.

Hace unos días charlaba con un colega, amante de los quintos de Estrella y el garaje de Detroit, que trabaja de repartidor. Me explicaba cómo a veces en la zona alta lo obligan a entrar en las fincas pijas por la puerta de servicio para entregar los paquetes. Cómo algunos clientes se niegan a firmar en el albarán la casilla de lluvia, que le daría derecho a cobrar algo más por jugarse el tipo conduciendo la moto por las calles mojadas. Cómo se le estropeó la bocina y no la ha arreglado porque, evidentemente, la empresa no paga el mantenimiento del medio de locomoción que él aporta. Y porque, añadía entre risas, el tráfico destroza los nervios y si no puede pitar se busca menos broncas.

Esta cosa de interpretar una escena de mil formas posibles es lo que deben hacer los que escriben. No solo hablar de libros o de, idea que comparto, la necesidad absoluta de librerías de proximidad y la labor heroica de sus capataces. Sino de cómo eso es solo un síntoma más de otros muchos desajustes, que dan pena y que dan rabia y que a veces te tienes que tomar a guasa, de nuestro mundo.