ANÁLISIS

Lo que queda de Europa

RAFAEL VILASANJUAN

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Dejemos de dar vueltas a lo que pueda ocurrir en Gran Bretaña como si fuera a revertir la situación. Dejemos de predecir el caos británico y empecemos a pensar cómo rehacer el proyecto común. Ellos han decidido un rumbo nuevo, ojalá les soplen los vientos a favor, pero ahora lo que está en juego es la UE y su capacidad para hacer frente a las crisis del mundo real, que tal vez hayan sido la razón principal de la huida.

El ciclón que ha acabado concediendo una pírrica victoria a quienes querían una salida a toda costa se llama inmigración. La falta de respuesta y el temor han extendido la idea, que ahora ya reconocen falsa quienes han ganado, de que fuera de Europa, Londres tendría mayor control. La sensación de una llegada masiva de extranjeros satura escuelas, hospitales y el precio de la vivienda. Mientras los más acomodados -algunos también inmigrantes- apenas sufren sus consecuencias, sin políticas sociales que frenen las desigualdades y en tiempos de austeridad es fácil convencer a quienes no llegan a fin de mes de que el origen de sus problemas viene de fuera. Como los que llegan además profesan una religión y una cultura diferente, a pesar de ser más vulnerables, el temor local se convierte en amenaza.

El voto de salida es una rebelión popular, una expresión visceral contra el sentimiento de que los británicos están siendo invadidos. El año pasado recibieron 600.000 nuevos inmigrantes ¿Muchos? A España llegaron seis millones de latinoamericanos entre el 2000 y el 2010 -es decir, la misma proporción- y esa fue la década en donde nuestra economía mas prosperó. Es imposible el desarrollo económico sin entrada de inmigrantes. El problema es cuando se abandonan ayudas que eviten desequilibrios. Y eso está pasando en buena parte de Europa, donde crecen los mismos populismos que han llevado al 'brexit' a encontrar su puerta de salida.

Algunos políticos dan por hecho que una economía global implica y requiere aceptar inmigración. La decisión de Angela Merkel de abrir puertas a los refugiados va por ese camino, como también la promesa de Obama de amnistiar a cinco millones de jóvenes inmigrantes, que el Tribunal Supremo de EEUU decidió suspender el mismo día del referéndum británico. Mera coincidencia, pero lo que parece claro es que la inmigración, al tiempo que necesaria, está generando un populismo sin precedentes y reacciones nacionalistas que amenazan a la propia economía.

El voto de rechazo británico o la campaña de Donald Trump en EEUU son dos ejemplos que pueden contagiar en Austria, Holanda, Francia y otros tantos países donde el voto populista y xenófobo suma. La inseguridad, atizada por una nefasta respuesta de auxilio a los refugiados, va a seguir siendo el principal recurso de quienes añoran la caverna. Pero si la UE quiere liderar una economía abierta, competitiva y global, necesita a los inmigrantes tanto como garantías sociales para que los que ya están no queden atrás. Si falla una de estas tres cosas, el 'brexit' será el anuncio de que lo que queda de Europa es solo el final de una buena idea.