Memoria histórica

¿Qué hacemos con el Caudillo?

Si depende de Rajoy y su cachaza, el difunto se quedará donde está por los siglos de los siglos

Una imagen del Valle de los Caídos, durante la visita de un ciudadano.

Una imagen del Valle de los Caídos, durante la visita de un ciudadano.

RAMÓN DE ESPAÑA

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Nadie duda de que el general Franco ha marcado social y políticamente -para bien o para mal, según las opiniones- el siglo XX español, pero eso no le da derecho a convertirse en lo que todavía es: una obsesión nacional. Nos guste o no -a mí me da cien patadas-, Franco sigue vivo en el imaginario colectivo y en las conversaciones públicas o privadas, el término franquista se utiliza (lógicamente) como insulto cuando a alguien de izquierdas se le acaban los argumentos y ya no sabe qué hacer para desacreditar a su adversario, y hasta hay quien asegura que la democracia actual no es más que franquismo disfrazado. Han pasado 42 años desde que el Caudillo la diñó y todos lo tenemos presente, cuando lo normal sería haberlo encerrado en los libros de Historia y deshacernos definitivamente de él en la vida real: una cosa es tener memoria histórica y otra es jorobarnos el presente y el futuro con un muerto.

A raíz de la idea de sacar sus restos del Valle de los Caídos, nuestro hombre tendrá la oportunidad de volver al candelero, caso de que lo hubiera abandonado alguna vez. Si depende de Rajoy y su cachaza, el difunto se quedará donde está por los siglos de los siglos. Pero si lo sacamos de allí, ¿qué hacemos con él? Si lo hubiésemos embalsamado en su momento -como hicieron los rusos con Lenin-, podríamos organizarle una gira por España para que admiradores y detractores se pusieran las botas con él, lo cual nos permitiría, poniendo caras las entradas, recaudar un dineral que podría repartirse entre las arcas del Estado y las asociaciones de víctimas del franquismo. A mayor participación del pueblo, mayor sería el precio del boleto: no le vas a cobrar lo mismo a alguien que mira a la momia en silencio que a quien le saluda a la romana entre los gritos de ritual o quien le insulta y le escupe.

MIRAR HACIA ATRÁS

Entre admiradores y detractores del Caudillo, la gira sería un éxito, pues nada gusta más a los españoles que mirar hacia atrás (los países que miran hacia delante juegan en una liga superior a la nuestra). Y no faltaría público: hace años conocí al dueño, ya fallecido, de un restaurante que disfrutaba visitando paradores por los que hubiese pasado Franco para hacerse con su habitación y dedicarle al fiambre insultos y cortes de manga mientras daba saltos en la cama en la que otrora durmió el dictador. Aún queda gente así, que se dejaría lo que hiciese falta para increpar al tirano en sus narices (como los barceloneses heróicos que la tomaron no hace mucho en el Born con su estatua ecuestre descabezada.

Lamentablemente, solo contamos con un cadáver descompuesto que, como espectáculo, no da para mucho, así que puede que el vago de Rajoy no ande tan desencaminado. Personalmente, yo optaría por algo más radical: dejar a Franco donde está después de haber volado el espantoso Valle de los Caídos, convertido así en unas ruinas representativas de todas las bombas que cayeron en España entre 1936 y 1939. Sería una instalación impresionante.