NÓMADAS Y VIAJANTES

Putin, te odiamos

RAMÓN LOBO

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Los JJOO de Invierno de Vladimir Putin tienen un serio problema. Los primeros tuits -y crónicas- de los periodistas extranjeros, sobre todo estadounidenses, han sido negativos. Nada transcendental: cortinas caídas, fallos en las reservas de los hoteles, almohadas incómodas, hoteles sin agua caliente ni calefacción, obreros terminando hoteles e instalaciones casi al tiempo de las primeras competiciones... Ante el Mundial de Brasil llueven también advertencias sobre retrasos. De Catar no hablemos. Ni de las obras ni de los obreros que mueren en ellas.

También se airean asuntos serios en Sochi: amenazas terroristas y una supuesta falta de seguridad para los atletas. El periodista estadounidense Will Leitch, que no renuncia a la ironía, ha contado hasta 10 formas de morir a manos de suicidas caucásicos. La lista nace de la lectura de las informaciones de sus alarmados colegas. Los rusos se quejan de la histeria occidental. En twitter hace fortuna el 'hashtag' @sochiproblems.

Si un reportero quiere que lo suyo sea 'trending topic', que lo lea todo el mundo, debe ser una diatriba contra Putin. La periodista ruso-norteamericana Julita Ioffe critica este tremendismo desde su blog en The New Republic. Habla de una creciente confusión entre diarios sensacionalistas y periódicos serios, una barrera que antes de la crisis económico-intelectual que asola al sector estaba clara. La degradación que denuncia Ioffe se ha extendido a otros asuntos, amarilleando gran parte del periodismo actual. Un buen tema para un artículo diferente.

Putin cae mal en Occidente, mucho peor que los chinos que celebraron sus JJOO sin grandes inconvenientes publicitarios. La mayoría de las crónicas que denunciaron la situación de los derechos humanos, recordaron Tiananmen o la situación de Tíbet se escribieron lejos de Pekín. La diferencia de trato es económica y en ella participan gobiernos, empresas y particulares. China es el Gran Mercado con el que todos sueñan. Rusia, un coto cerrado de sus oligarcas, solo anhela volver a sentirse superpotencia. Cuando hay un gran negocio a la vista, la memoria y los valores se debilitan.

Dice un proverbio chino que cuando el dedo señala la luna, el imbécil siempre mira el dedo. Puede que esté sucediendo algo así. Nos quedamos en lo superficial, en lo fácil, cuando existen motivos de fondo para criticar al presidente ruso más allá de las cortinas descolgadas. ¿Hacemos la lista? Leyes homófobas, persecución de los críticos, Chechenia y su ringlera de muertos incluida la admirada periodista Anna Politkovskaya, defensa cerril del régimen sirio y una insoportable corrupción en la que los JJOO de Sochi son el botín mayor.

Es posible que en esto de la corrupción los europeos, y los españoles, griegos e italianos en especial, no puedan ir con la cabeza alta. La diferencia entre una democracia que funciona y una autarquía, dictadura o régimen autoritario reside en la eficacia de sus instituciones, que no exista impunidad.

No me gusta Putin ni la mayoría de sus leyes y espero gestos durante los JJOO para resaltar la defensa irrenunciable de los derechos de los gais, o de quien sea. Nos resulta más fácil escandalizarnos con Rusia que con el Vaticano o la derecha de EEUU, o la española, que tienen lo suyo. Putin tampoco ayuda. Ha presumido tanto de sus JJOO, como Gallardón y Botella con los de Madrid, que el público está sensible, harto de prepotencia.

El Miami ruso

Lo primero que han encontrado los atletas en Sochi, además de las cortinas caídas, es que allí no hay nieve. Se trata del Miami ruso, un lugar para escapar de los duros inviernos y tomar el sol. La nieve está en las montañas circundantes, a más de 100 kilómetros. Cuanto más alejados del Mar Negro, más cerca del Cáucaso, de la amenaza terrorista. Los rusos se defienden, afirman que los JJOO de Nagano en 1998 (Japón) también se celebraron en un clima subtropical y que la amenaza terrorista afecta a todos por igual.

Sochi, sostiene 'The Economist', es el lugar favorito de Putin, un hombre que procede de San Petersburgo, y que desea convertir esa ciudad en un monumento a su grandeza. Quienes se han encargado de las obras faraónicas ya han edificado su gran monumento, el de la corrupción. Putin y sus amigos han hecho el negocio del siglo. En esto tampoco podemos decir demasiado. Según el informe de la Comisión Europea sobre corrupción, es un mal endémico que cuesta a la UE más de 120.000 millones de euros al año. La revista británica cita al bloguero ruso Alexei Navalny, quien sostiene que los sobrecostes de Sochi están ya entre el 150% y 250% de los presupuestado. Bien. ¿Hablamos del Canal de Panamá, de Valencia?