Pulgarcita en campaña

Hace más de tres años que salió de su empresa. Expediente de regulación. Le parece mucho tiempo habiéndolo vivido, pero quizá no es tanto si lo piensa exento de todo juicio. Al fin y al cabo un niño de 3 años y medio, por ejemplo, no sería muy grande. Un matrimonio de tres años y medio sería breve.

Hoy se reúnen los viejos compañeros del colegio. Querría contarles algo acerca de este tiempo, pero no encuentra el modo de hacerlo. La voz que quiere hablar de estos meses desempleada quiere ser auténtica y completa. No quiere parecer lastimera, ni sentimental, ni victimista, sino poner orden a una etapa extraña: parada, perdida su profesión, su identidad, sus creencias, sus asideros se han ido por el sumidero.

Podría empezar contándoles un cuento: Pulgarcito está perdido. Quiere volver a casa, pero no está seguro ni del camino ni de si sus padres desean su vuelta. Al fin y al cabo, su expulsión fue por razones económicas. Pulgarcito tiene muchas preguntas: ¿Seguirán siendo pobres sus padres? ¿Habrá hueco para él o estará su habitación ya ocupada por otro? Cuando logre regresar, ¿será capaz de contribuir a sacar a la familia de la escasez? ¿Debe cambiar antes de volver a casa? ¿Debe traer algo de vuelta?

Pero no, mejor no contar cuentos. Mejor decir claramente he estado a punto de no venir esta noche porque no puedo permitirme el restaurante que habéis elegido. Mejor decir no sé hacia dónde voy ni si allí tendrán ya 20 candidatos jóvenes para el puesto al que aspiro. No sé si soy tan luchadora como pensaba, tan lúcida, pero sé que ya no votaré a quienes siempre hemos votado.

No necesita consuelo. Ahora necesita respuestas. Necesita ser fría para hacer las preguntas adecuadas. Eso piensa. Que para llegar a valerse por sí misma hay que pensar por una misma. Tiene muchos planes para esta campaña electoral: no se perderá un mitin. El candidato que mejor conteste se llevará su voto. Las miguitas para volver a casa se las comieron los pájaros hace tiempo.