Dos miradas

Años y eras

Puigdemont ha dicho que el 2017 no será un año corriente. «Termina un proceso y comienza una era». Palabras mayores. De hecho, esta es la esencia de todo: discernir entre rotación o revolución.

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Josep Maria Fonalleras

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Hay dos maneras de plantearse la política. La de los que la hacen pensando en los años y la de los que la hacen pensando en las eras. El concepto año se limita a una duración que adoptamos gracias a una convención que proviene del movimiento de los astros. Es recurrente, sin heroicidad, plano, previsible. Se trata de políticas, las que se calculan en años, que hablan de presupuestos y que valoran la importancia de lo que se hace en función de las previsiones de los parámetros de crecimiento.

El concepto era tiene otra dimensión. El diccionario es taxativo y contundente: es un periodo cronológico que comienza con un hecho importante «a partir del cual se cuentan los años». Los años, pues, están supeditados a las eras, acotados entre dos épocas notables, allí donde «empieza un nuevo orden de cosas». Y donde termina. Los años, que llegan y se van sin un ruido excesivo, se enmarcan en las eras que les dan sentido histórico. Por eso una era no se puede definir si antes no ha acumulado en su interior el paso de varios años. Siempre en relación al pasado. Si la Arcadia que proponen no se concreta, las políticas que se formulan en los términos de una era (prometida y pletórica) corren el riesgo de convertirse en cantos de sirena, proclamas milenaristas.

Puigdemont ha dicho que el 2017 no será un año corriente. «Termina un proceso y comienza una era». Palabras mayores. De hecho, esta es la esencia de todo: discernir entre rotación o revolución.