Las legitimidades del 2-O

Grafiti de beso Rajoy Puigdemont en la Pl de Sant Jaume

Grafiti de beso Rajoy Puigdemont en la Pl de Sant Jaume / periodico

LUIS MAURI

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Este domingo no habrá referéndum en Catalunya. Mucha gente irá a votar, mucha más de la que conseguirá hacerlo, pero no será un referéndum. No solo por la persecución legal del Estado, que impedirá la votación en muchos centros, sino sobre todo porque la convocatoria carece desde el principio de las garantías mínimas para recibir ese nombre, al menos en un país democrático.

Nada saben los ciudadanos de cómo se ha elaborado el censo y designado a los miembros de las mesas, de cómo se hará y gestionará el recuento, de qué tutela democrática hay en ausencia de autoridad electoral… Sí saben, o deberían saber, que la convocatoria se ha hecho quebrantando no solo la Constitución y el Estatut, sino también los derechos de la oposición en el Parlament. Se ha tildado esto de golpe de Estado, probablemente de forma hiperbólica. Pero no parece exagerado decir que es la antesala.

Formato de 'performance'

Puigdemont y su Gobierno les traen sin cuidado estas menudencias. Les basta con aducir que no se les ha permitido hacer las cosas de otro modo. A poco que los suyos logren burlar la persecución de la consulta ilegal, están dispuestos a proclamar la república catalana. Sin embargo, no hay tanta unanimidad en el bloque secesionista sobre el recurso a la DUI si el Estado consigue que la cita de hoy quede reducida a una 'performance' del estilo del 9-N.

Rajoy y su Ejecutivo replicarían con la mayor contundencia penal y administrativa a la DUI y a la proclamación. El autogobierno de Catalunya quedaría, entonces sí, herido de muerte y la onda expansiva alcanzaría también al propio régimen constitucional español. Ahora bien, ¿qué estaría dispuesto a hacer el Gobierno del PP en el caso de que el 1-O adoptase formato de 'performance'?

La realidad de Catalunya

No sería admisible que interpretase el resultado como una victoria inapelable y continuase empecinado en despreciar la realidad de Catalunya: más de la mitad no desean la independencia, pero aún suman más los que quieren desentenderse del resto de España o modernizar la organización territorial del Estado.

Es cierto que los independentistas empujan desde la sinrazón de la ilegalidad, la imposición arbitraria y una 'agit-prop' delirante. Pero no es menos cierto que la principal factoría de independentistas es desde hace años la espuria negación de la cuestión catalana por parte del PP.

La pregunta y la respuesta

Durante casi una década, en lugar de buscar un arreglo político, ambos nacionalismos se han volcado en sembrar la desconfianza, el odio mutuos, sabedores de que cuanto más tensan la situación, más réditos electorales obtienen y mejor tapan sus escándalos de corrupción y sus recortes sociales.

Este domingo no habrá un referéndum, pero eso ya no importa tanto como qué habrá a partir del lunes y quiénes estarán legitimados para gestionar el nuevo escenario. El Gobierno ha negado a Puigdemont y Junqueras ese rol. Quizá con razón; con la misma razón con la que se le podría negar a Rajoy. ¿Los líderes que han fracturado el país y lo han arrastrado hasta el filo del precipicio están capacitados, moralmente incluso, para gestionar el día siguiente? Sus actos a partir de este lunes responderán a esta pregunta.