ANÁLISIS
Puigdemont, estrella menguante
Buena parte del futuro del 'expresident' pasa por las municipales de Barcelona
Tras huir a Bélgica, Carles Puigdemont pasó a encarnar el separatismo irredento aunque su nuevo papel fuera contradictorio con los hechos de hace un año. Cuando el 27 de octubre la Cámara catalana declaró la independencia, el 'president' se mantuvo en silencio en su escaño, con rostro desencajado, evitando cruzar la mirada con Oriol Junqueras. La celebración en las escalinatas del Parlament con los alcaldes tuvo aire de funeral. El independentismo había naufragado desde el 1-O en un mar de contradicciones y dudas.
La DUI no era más que un gesto de opereta para salvar la cara ante su crédulo electorado. Ahora la ANC descubre que ni tan siquiera se había publicado en el 'DOGC'. Como ha explicado EL PERIÓDICO, aquel texto no pretendía tener ningún valor jurídico. Puro "simbolismo" y "exageración", declaró después Artur Mas en un intento de salvar la historia del 'procés', tan cargado de jornadas históricas sin ningún resultado. Lo único cierto es que Puigdemont no se atrevió hace un año a convocar elecciones autonómicas por miedo a ser señalado como traidor.
Radicalidad en torno a su figura
Sin embargo, supo convertir su huida, sin la cual probablemente hoy sus 'exconsellers' no estarían en la cárcel de forma preventiva, en un gesto de rebeldía. Ante la convocatoria electoral del 21-D, logró crear una corriente de radicalidad entorno a su figura: todo lo que no fuera restituirlo como 'president' era doblegarse al 155. La unilateralidad fracasada encontró un sucedáneo en el legitimismo. El éxito le acompañó en las urnas, ganándole la partida a ERC y quedándose con buena parte de los votos de la CUP.
Pese a que la promesa de regresar a Catalunya fue otra mentira y tampoco logró ser investido, Puigdemont estaba en camino de convertirse en el rey sol del separatismo, sobre todo cuando en Alemania los jueces descartaron su entrega por rebelión. El anuncio poco después de la creación de la Crida Nacional per a la República tenía el objetivo de lograr que todos los otros astros (partidos y entidades secesionistas) girasen alrededor suyo.
Pero la estrella del 'expresident' ha ido perdiendo fuerza desde entonces. ERC nunca quiso saber nada de la Crida y los recelos se levantan cada vez con más fuerza en el PDECat. En julio pareció que Puigdemont se había hecho con el control del partido cuando impuso el cese en la dirección de Marta Pascal. Pero la realidad interna es más compleja. Para empezar, la presidencia de Quim Torra no le gusta a casi nadie y los alcaldes posconvergentes están cansados de tantos tumbos. Y hay desolación por el ostracismo del PDECat en Europa: su expulsión del grupo de los liberales es un mazazo.
Ahora mismo, buena parte del futuro del 'expresident' pasa por las municipales de Barcelona. La jugada de Neus Munté de impulsar la candidatura de Joaquim Forn persigue emanciparse de Puigdemont, cuyo deseo era entregarle las riendas de la lista a Ferran Mascarell, impulsor de la Crida. El visible desconcierto en la convención fundacional de este nuevo movimiento con el que el 'expresident' quería mover los hilos de la política catalana desde Waterloo, es otra señal de que su estrella está menguando.
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