El PSOE dislocado

Pedro Sánchez, en la  rueda de prensa que dio ayer tras la permanente ejecutiva federal en la sede del PSOE.

Pedro Sánchez, en la rueda de prensa que dio ayer tras la permanente ejecutiva federal en la sede del PSOE.

ALBERT SAEZ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Lo que está pasando en el PSOE tiene muchos planos desde los que analizar las causas y las consecuencias. Hay confrontaciones personales, territoriales e ideológicas. Pero también una historia desafortunada desde que se marchó Felipe González. Recordemos que la primera sucesión ya resultó convulsa. Impusieron deprisa y corriendo a Joaquín Almunia, pero las bases enmendaron a la cúpula en unas primarias a favor de Josep Borrell que no pasó de su primer debate parlamentario pulverizado al modo y manera que ahora algunos pretenden emplear con Pedro Sánchez. De aquellos polvos vienen también estos lodos. La generación inmediatamente posterior a la de González y Guerra no tuvo un liderazgo claro. De su cainismo nació la mayoría absoluta de Aznar. Y de sus cenizas un pacto fallido con Izquierda Unida que algunos enarbolan para evitar ahora el acuerdo con Podemos. Y así fue como el PSOE se saltó una generación. Y de Almunia pasó a Zapatero con el inestimable apoyo de Pepe Blanco y en coalición con quienes entonces eran unos pipiolos: Leire PajínJordi SevillaCarme Chacón o el malogrado Pedro Zerolo.

Tras a inesperada llegada a La Moncloa de ZP a lomos del 11-M y su accidentada salida pisoteado por el 15-M, la historia se repitió. Como en el juego de la oca, el PSOE, asustado por el despertar de los poscomunistas, volvió a la casilla de salida y de Zapatero pasó a un coetáneo de Borrell y Almunia: Rubalcaba. Nuevo ejercicio de precipitación y la solución fue otro salto generacional. La sucesión no fue Chacón o Madina sino la siguiente generación: Pedro Sánchez, un nuevo Zapatero, coaligado con Susana Díaz, la reencarnación de Pepe Blanco. Tendemos a ver la política solo como ideología pero la hacen personas, con afinidades y lealtades a veces difíciles de verbalizar. Lo más triste de esta historia es que decenas de miles de militantes socialistas la viven con la cabeza baja, mirando al suelo, sin poder sacar pecho en su entorno cuando Felipe sale en la radio, porque ahora les da más penas que alegrías. Y a ellos este malestar de tantos años no se lo va a arreglar nadie. Ni la Ejecutiva, ni el Comité Federal, ni la Comisión de Garantías ni las primarias. Esa pena y esa vergüenza les ha quedado dentro.