Al contrataque

Proust y el 'procés'

Hoy escribiremos nosotros el último capítulo (de momento) del 'procés'. Intentemos que no se convierta en un culebrón que ya no quiera leer nadie

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MILENA BUSQUETS

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Hubo un momento, hacia mediados de octubre, en que pensé que no volvería a leer ficción nunca más. Lo que ocurría en la arena política era tan bestia y tan enloquecido, reverberaba de tal modo en nuestra vida cotidiana y provocaba tantas pasiones y pequeñas hecatombes, que creí que esta vez sí había llegado el final de la novela. Habíamos hablado tanto de ello y ahora resultaba que no eran las nuevas tecnologías o las series las que acababan con la literatura, sino la realidad.

Durante unos meses, la mejor novela del mundo se transmitió en directo y los únicos novelistas en activo fueron los periodistas. La historia tenía todos los elementos necesarios: era creíble e increíble a la vez, familiar e irreconocible,  tenía un ritmo trepidante, se alternaban con maestría la emoción, la gravedad, la comicidad y la trascendencia, nunca sabías a ciencia cierta lo que iba a ocurrir a continuación, sus personajes principales no tenían ni pudor ni sentido del ridículo y todos, en algún momento, perdían la compostura y apelaban a la épica.

Tenía, además, el inigualable mérito de suceder en la puerta de casa: con solo colgar un bandera o golpear una cacerola te podías convertir en protagonista de la historia. Los periodistas ya no contaban cosas, nos contaban a nosotros mismos. Si a las cuatro de la madrugada abríamos un ojo, no era para asegurarnos de que nuestros hijos estuviesen teniendo un sueño sosegado o para beber agua, era para alargar al instante la mano hacia nuestro móvil y entrar en el periódico para saber lo que nos estaba pasando.

Pero la historia fue perdiendo fuelle y lustre. En algunos  momentos, apartaba la mirada del televisor y observaba mis libros de reojo, con nostalgia, como cuando te encuentras con un antiguo amor por la calle o con un amigo al que no sabes muy bien por qué dejaste de tratar.

Vivir en varios mundos

Y volví a Proust, sin pensarlo demasiado, sin planificarlo, su novela En busca del tiempo perdido tiene 2.400 páginas y leerla requiere tiempo y dedicación a pesar de no ser en absoluto la lectura difícil y trabajosa que afirman algunos. Proust habla de todo, pero habla sobre todo de la búsqueda de alguien con quien compartir la existencia. Proust evidencia también la distancia que existe entre el genio y el talento. Y ya he vuelto a vivir en varios mundos, que es nuestro estado natural, conformarse con uno es una locura miserable. Releo a Proust mientras tengo la televisión puesta sin volumen y cuando estoy cansada (es cansado leer, requiere un esfuerzo, como cualquier amor), entro en los periódicos.

Hoy escribiremos nosotros el último capítulo (de momento) del procés. Intentemos que no se convierta en un culebrón que ya no quiera leer nadie.