La escena política catalana

El 'procés': mil días, ya...

Los partidos soberanistas han demostrado que la competición entre ellos es una pulsión insuperable

PERE VILANOVA

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Hace unos días, concretamente el 8 de junio, se cumplieron mil días (1.000) desde la Diada del 2012, que podemos considerar como el punto de arranque del llamado procés sobiranista, y es una buena ocasión para hacer balance. Para ello hay que distinguir entre lo que sus líderes y promotores esperen que suceda, y lo que los datos acumulados nos dicen. Para ello, se pueden utilizar algunas referencias simbólicas desgranadas a lo largo de estos 1.000 días.

Ha habido de todo, empezando por cuatro grandes manifestaciones cuyas dimensiones no se pueden ignorar, es decir, una por Diada (2012, 2013 y 2014) más el famoso 9-N, que fue una gran manifestación cívica, pero desde luego no fue la consulta que el president había prometido durante meses. Hay que recordar que por el camino se quedaron la ley de consultas y el decreto de convocatoria. Pero, por otro lado, ha habido una recurrente demostración de algo que algunos expertos ya vaticinaron, y que se ha acentuado sobremanera tras el 9-N: el gran obstáculo del proceso es el instrumento principal del mismo, los partidos políticos (soberanistas), que no han perdido ocasión, en estos tres años, de demostrar que la competición entre ellos es no solo superior a la aparente necesidad de unidad de acción. Es superior a sus fuerzas, una pulsión que parecen no saber controlar.

Algunas referencias caben en una frase. La métafora Itaca, de finales del 2012, fue una extraña ocurrencia, que llevó a un considerable error a Artur Mas -«doneu-me una majoria excepcional», con elecciones anticipadas en noviembre del 2012, y un innegable descalabro electoral para el protagonista de una campaña hiperpersonalizada y de corte netamente presidencialista. En una segunda fase, se puso el acento en «acudiremos a las instancias internacionales», con algún errático envío de cartas y faxes a líderes europeos de cuyas respuestas -si las hubo—no sabemos nada.

Incluso algún (alguna) líder de la sociedad civil advirtió a micrófono abierto: «España podría ser expulsada de la UE si nos impede votar». Nada menos. En una tercera fase se pusieron de manifiesto las tensiones crecientes entre las instituciones de la Generalitat, sobre todo Govern y Parlament, y la sociedad civil, en particular la ANC (Assemblea Nacional Catalana), a quien hubo que recordar que, con todos sus defectos, la verdadera asamblea nacional de Catalunya es… el Parlament de Catalunya, cuya representación real sobrepasa en mucho a la de la ANC. Esta tensión entre movimientos sociales, partidos políticos e instituciones públicas, típica de toda etapa de efervescencia social y política, no se ha resuelto y es la que ha revivido estos días con la cuestión de la lista «de país», «cívica», «única», «del president sin el president», «con políticos pero sin políticos»...

Ha costado casi tres años entender que las elecciones plebiscitarias no son tales, son autonómicas, y que solo son plebiscitarias en la medida en que algunos partidos o listas incluyan el concepto en sus programas. Por tanto, con o sin lista única, un futuro Parlament tan fragmentado y confuso... ¿qué va a hacer? No lo sabemos, pero no será muy gobernable, y desde luego, atendiendo a la prohibición del mandato imperativo, no tiene por qué sentirse atado por las declaraciones de estas semanas de tales o cuales líderes de partidos político u organizaciones.

Quedan en el tintero muchos hitos de estos 1.000 días: estructuras de Estado, que aparecieron en el 2012, entraron en hibernación y han vuelto a escena recientemente; la autoproclamada astucia como símbolo de liderazgo político, aunque algunos opinan que no es lo mismo la tenacidad que la tozudez; «el 27-S com a segona volta», acarreando una larga y extraña no-campaña electoral de varios meses. ¿Dónde está el Consell Nacional de la Transició? ¿Y la nueva ley electoral? Mal, gracias.

Entre tanto, la sociedad catalana sigue su camino, plural, fragmentada, y para entender su evolución tenemos varios instrumentos. Por un lado, las encuestas de opinión, que algunos quieren someter a exorcismo (pues no gusta lo que dice el mensajero) y por el otro, en su día, las elecciones. Lo demás, son estados de opinión individuales y colectivos. Y entonces podremos comparar los resultados de las elecciones del 2010, las del 2012, y las del 27-S, y sacar algunas conclusiones, pues las elecciones son la foto-fija real de la representación política.

La sociedad, mientras, está consiguiendo una cosa extraordinaria: cambiar el sistema de partidos sin cambiar de sistema electoral, cosa que desafía alguna ley politológica sobre partidos y sistemas electorales. ¿Por qué? No lo sabemos, pero la sociedad está en plena mutación, y la clase política va muy por detrás, aunque crea que está liderando el proceso.