La encrucijada catalana

Un problema de cojones

Los que no somos partidarios de las trincheras, aún conservamos alguna esperanza

Rajoy y Puigdemont, durante el homenaje a las víctimas de los atentados terroristas en Barcelona y Cambrils.

Rajoy y Puigdemont, durante el homenaje a las víctimas de los atentados terroristas en Barcelona y Cambrils. / periodico

CARLES FRANCINO

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Mañana a esta hora les estaremos hablando desde el Parlament de Catalunya, o no; ya veremos. Porque ahora mismo nadie es capaz de pronosticar nada sin temor a pillarse los dedos. Yo, que empecé este 2018 con la firme intención de no darles la brasa más de la cuenta con este tema si no era absolutamente necesario, sí querría hoy compartir lo que me ronda por la cabeza.

Y lo que me ronda por encima de todo es una palabra: fracaso. Total, rotundo, sin paliativos. Luego podemos bajar al detalle de quién ha aportado más ingredientes al guiso, pero la conclusión no puede ser otra que esa: fracaso. De la política, de unos políticos que ni han sabido jugar la partida ni han entendido la dimensión del envite. ¿Perjudicados? todos; absolutamente todos, en mayor o menor medida. Incluidos, por cierto, los centenares de miles de catalanes que llevan años apoyando un proyecto independentista, que es absolutamente legítimo pero cuyos líderes han gestionado de forma nefasta, ¿cómo definirlo si no, al ver que Catalunya vive ahora mismo en una especie de limbo preautonómico con el dichoso artículo 155 y que el españolismo más feroz ha resurgido como hace tiempo que no se veía?

Ineptitud del Gobierno

Pero, bueno, ¿todo eso es solo responsabilidad de Puigdemont, Mas, Junqueras, Òmnium Cultural y compañía? Pues no, para nada. Porque la ineptitud –cuando no la mala fe– del gobierno de Rajoy tendrá que estudiarse en las facultades; incluidos los vergonzosos porrazos del 1 de octubre o el encarcelamiento preventivo de varios políticos.

Sí, ya sé que esto último lo decidió un juez, pero fue el Gobierno el que lo impulsó al activar a la fiscalía cuando lo que tocaba era hacer política, en mi opinión. Eso no es excusa para el cúmulo de ilegalidades y de sandeces que han cometido -a mi juicio- los últimos gobernantes catalanes, pero tampoco debemos olvidarlo.

Sin embargo, al margen de todo esto -y por seguir simplemente con mis cavilaciones- siempre desemboco en el mismo lugar: la convivencia, el día a día, las relaciones personales, que son las que -al menos a mí- me interesan de verdad y las que acaban cohesionando o fragmentando un país, una sociedad.Está claro que hace cinco años, o seis, o siete, no teníamos este problema. Preguntémonos quién lo ha creado y exijámosle responsabilidades.

Represores y separatistas

No creo -sinceramente- que la respuesta pueda ser de blanco o negro: o un Estado represor y franquista, o unos separatistas iluminados que no respetan la ley. No, ¡ojalá fuera tan sencillo! Pero los problemas complejos -como este- no admiten soluciones facilonas. Aunque he de reconocer que me parece acertada -ni que sea por su valor descriptivo- aquella frase de Puigdemont en Bruselas cuando dijo: "España -incluida Catalunya- tiene un problema de cojones"

 ¡Pues ya lo creo que lo tiene!, que lo tenemos, por desgracia. A ver cómo salimos de él. Los que no somos partidarios de las trincheras aún conservamos alguna esperanza.