Análisis
El problema no es el candidato
Puigdemont quiere mantener vivo el protagonismo desde Bruselas y dejar abierta la puerta a ser investido más adelante. Su empeño nos mantiene enquistados
Esther Vivas
Periodista. Autora de 'Mamá desobediente'.
ESTHER VIVAS
Justo tres meses después de las elecciones del 21-D, llega el sprint final del independentismo para conseguir la investidura presidencial, una vez el 'plan a' con Carles Puigdemont al frente y el 'plan b' con Jordi Sànchez han sido finiquitados por el Tribunal Supremo. El 'plan c' que ahora toma forma es el de Jordi Turull como candidato. Sin embargo aún no está todo atado, queda un 'pequeño' detalle: ¿qué hará la CUP? El voto afirmativo de sus cuatro diputados es clave.
De nuevo el 'pressing CUP', aunque menos arrogante que en el 2015, entra en escena. Irónicamente, son aquellos que más dudaron en proclamar la república el 27 de octubre, y cuando lo hicieron fue a modo simbólico, los que acusan a la CUP de ponerle trabas y querer boicotearla.
Los escaños de Bruselas
Pero el 'pressing CUP' esconde que la investidura del nuevo 'president' no depende solo de los votos de la CUP sino también de la voluntad de Carles Puigdemont y Toni Comín, ya que si ambos dejaran sus respectivos escaños el candidato independentista sería investido de forma automática con el apoyo de los 66 diputados de Junts per Catalunya y ERC y la abstención de la CUP. Puigdemont quiere mantener vivo su protagonismo desde Bruselas y dejar abierta la puerta a ser investido más adelante. Su empeño nos mantiene enquistados.
Claro que si la presidencia de la Generalitat no ha podido salir adelante desde el minuto cero, es porque el juez Pablo Llarena ha decidido entrar en la arena política, en vez de limitarse, como le corresponde, al campo judicial. Ni Carles Puigdemont ni Jordi Sànchez son mis candidatos pero tenían todo el derecho a presentarse. El empeño de la judicatura por decidir quién tiene opción de estar y quién no al frente de la Generalitat ha dado, lamentablemente, resultado.
La CUP puede correr en estos momentos el riesgo de acabar legitimando un gobierno conservador, sin siquiera hoja de ruta independentista formal, o de quedarse en un discurso voluntarista republicano que no evalúe de manera realista la correlación de fuerzas. La cuestión de fondo es que tras el acuerdo entre Junts per Catalunya y ERC no hay un plan de futuro claro. Toda la estrategia de los afines a Puigdemont ha sido tensionar al máximo el debate entorno a la investidura, pero después de esta ¿cuál es el camino?
Un escenario que parece probable es el de un gobierno autonómico convencional (y conservador) en el Palau de la Generalitat y una institucionalidad simbólica en Bruselas, sin apenas conexión mutua. El problema no es el candidato, sino la falta de proyecto y la incapacidad de todas las fuerzas políticas y sociales opuestas al 155 de plantear una nueva estrategia.
¿Será posible en el futuro abrir nuevos horizontes donde el debate independentista comparta protagonismo con la crítica a las políticas de austeridad? Para eso serían necesarios muchos cambios, hoy poco probables tanto en el independentismo como en los 'comuns'.
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