La rueda

El privatizador siempre llama dos veces

ANTÓN LOSADA

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En España, a la gran mayoría de la gente le gusta tener sanidad pública y le gusta bastante la sanidad pública que tiene. El plan de negocio del PP y la patronal sanitaria privada se ha dado de narices con esa realidad tras la paralización de la privatización al peso de hospitales y centros de atención primaria en Madrid.

La reacción del Gobierno madrileño indica que no ha captado el mensaje. El partido que lo sustenta, al parecer tampoco. No lo interpretan como el necesario fin de una ofensiva privatizadora que ni la mayoría de sus votantes les ha demandado ni la evidencia disponible sobre gestión sanitaria aconseja. Ni siquiera les debe parecer una derrota. Solo supone un revés incómodo que acaba pagando el consejero Lasquetty con su moneda preferida: a la calle por campeón.

El plan original ni se cambia ni se destruye, solo se transforma. No abandonan. Solo modifican la táctica mientras esperan unas elecciones que prefieren no afrontar con el riesgo de una sentencia adversa. Han aprendido que privatizar de golpe es un error. Requiere paciencia, como en Galicia o Valencia. Un día se externaliza un servicio, al siguiente los análisis clínicos y pasado mañana se construye un hospital a medias. Es la táctica de la luz de gas: al ciudadano conviene ratearle los servicios poco a poco mientras se hace parecer locos a quienes lo denuncian.

También se acabó poner al frente de las operaciones a muchachitos arrogantes con pinta de haber salido de una película de Scorsese sobre la Mafia o Wall Street, da igual. Mejor un médico de toda la vida a los mandos. Nadie como la gente de orden para demoler el Estado del bienestar. «El proceso va a seguir adelante. Al final los ciudadanos apoyan las medidas que se están tomando», ha declarado el nuevo, Javier Rodríguez. Con los médicos ya lo arregla él.